UNA EMOCIONANTE HISTORIA
PRÓLOGO
Mi querida amiga y compañera de muchos viajes Elsa Ons, nos va deleitar con una historia increíble de nuestro interior profundo, a la que pudo acceder a través de la casualidad de estar almorzando justo en el lugar indicado, en el momento indicado, en uno de los viajes que solemos hacer. Esto ocurrió en la zona de las Termas del Cajón Grande en Mendoza
Con un estilo completamente desestructurado y entretenido nos va metiendo en las historia y consigue hacernos partícipes de esa charla con el personaje de la historia, Don Bernabé, como si uno estuviese ahí, sintiendo la misma emoción que embargó a los presentes a medida que avanzaba el relato.
Una historia de la Argentina secreta, la de esos héroes anónimos que hacen patria sin necesidad ni voluntad de ostentarlo, que siempre están ahí y que seguramente nuestra vida moderna está haciendo desaparecer.
Disfruten y emociónense como lo hice yo cuando lo leí.
SERGIO RUBEN ZEREGA
LA HISTORIA DE DON BERNABÉ
Y ahí estábamos, luego de los hitos y ciudad perdida, en las termas de Cajón Grande.
Erwin y Denis habían ido a caminar un poco por la montaña y cuando volvieron Denis nos cuenta que se habían encontrado con un ex compañero de trabajo, Bernabé, que tenía el puesto de veranada ahí nomás del otro lado de la montaña y que estaba viniendo hacia las termas a comprar cigarrillos.
Mientras nos contaba un poquito de la excelente relación laboral que habían tenido, llega el gaucho a caballo a las termas y después de atar el caballo por ahí se va para el lado del comedor.
Mención aparte merece el hecho de que la chica que regentea, Verónica, en una conversación más temprano nos informa que cerró el comedor por hoy, porque están cansados. Pero no obstante y por tratarse de Pitu, nos ofrece alguna opción entre canelones y un chivo que su hermano, sin saber que ella estaba cansada, había puesto en el horno. Canelones 3 chivo 1 fue la votación.
Cuando llego al comedor me encuentro con que además de nosotros 4, había otra mesa con un abuelo y su nieto, y en otra estaba Bernabé Guiraldes con una jarra de vino, todos medio dados vuelta en las sillas participando de una conversación grupal.
Me siento y lo miro al gaucho mientras me voy enterando de la conversación. Más de 50, más de 1.90. Camisa azul, camiseta blanca, bombachas negras. Claramente vestido con esmero. Una faja multicolor envolviendo la cintura y ocultando el correaje de las boleadoras, que eran 3 -las conozco como “potreras” a las de 3 bolas, mi memoria infantil de haber participado en algún curso escolar me trae ese nombre junto a “ñanduceras” las de 2 bolas y “bola pampa o perdida” la de una- Si vos te pensás que eran esas boleadoras redonditas cubiertas de cuero te equivocás mas o menos por medio kilo: eran terribles pesas de metal, las dos que le colgaban a la derecha con forma más de campana de alrededor de 8 cm de diámetro, y la que colgaba a su izquierda con forma de pera y mas pequeña, 7 cm. Imagino que el potro no es dominado en este caso por haberle trabado los movimientos lanzándole las boleadoras sino de puro miedo al verlas de que el gaucho se equivoque y en vez de manearle las patas le dé un bolazo en la cabeza. Y chau potro...
Por ahí acomodó el rebenque, que debía andar por los 80 cm de largo. Y del respaldo de la silla colgaba la campera y un sombrero negro plano de ala ancha.
Y si las boleadoras y el rebenque eran masivos, no te cuento lo que eran los pies y las manos de Don Bernabé! Calzado con zapatos cuyo número no alcanzo a imaginar, y arriba el correaje de las espuelas que eran tan masivas como el gaucho todo. Las habrá usado toda su vida, pero me gustaría verle las canillas que sospecho todas rayadas a espuelazos.
Las manos si en algo desentonaban era porque eran más grandes aún de lo que te podías imaginar por lo que hasta acá te relaté. Me hicieron acordar al David, te fijaste alguna vez en el tamaño de la mano derecha de esa estatua?
Ya contamos por ahí el episodio del acercamiento de la nenita. Tendría unos 3 años, y andaba con un cachorrito a cuestas que decidió que debía tenerlo Don Bernabé. Se le paró al lado ofreciéndoselo, y Bernabé con una muestra de ternura tal vez inesperada pero que iría incrementándose a lo largo de la charla, la abrazó con una mano en la espaldita. Sobresalían dedos sobre la cabeza de la nena. Sobresalían dedos de sus hombritos mientras él nos contaba que los niños siempre se le acercaban.
Nos vamos por un rato a la otra mesa, la del abuelo y el nieto. 80 bien largos el abuelo, entero pero muy gastadito, te dabas cuenta que si lo rascabas te quedabas pronto sin material. Intervenía activo en la conversación, bajo la atención del nieto que claramente lo consideraba sólo un abuelo a cuidar y no hacerle mucho caso.
Y por ahí fue que alguien se dio cuenta que Bernabé no lo había reconocido, y le aclara que se trata de Jorge Vergara, cuatro veces intendente de Malargüe. La sorpresa que fue eso! Se paró de un salto para saludarlo, creo que lo levantó en el aire de la silla, le dio la mano y se la sacudía mientras repetía el nombre de don Vergara. Y lo palmeaba y le sacudía el brazo en señal de profundo afecto mientras nosotros agarrábamos las cucharas porque al intendente íbamos a tener que juntarlo a pedacitos.
Y fue ahí que comenzó a hablar de su padre, don Polo Guiraldes. El agradecimiento a don Vergara era porque una vez habían ido a verlo con su padre, y el intendente les había invitado a su casa y convidado un café. Y nos describía la situación mientras seguía con las (peligrosas) muestras de afecto.
Y una vez que se largó a hablar no paró más. Iba mencionando las características y virtudes del padre ya muerto cada vez con más frecuencia, cada vez con más emoción. Lo ibas escuchando y se te empezaban a desdibujar los contornos del comedor, hasta que la presencia y el relato de Bernabé era todo tu mundo.
Y finalmente logró sacar de adentro y contarnos o contarse los terribles momentos de la muerte del padre. Hacía más o menos 30 años, él junto a dos hermanos y el padre estaban bajando del rial una tropilla de 21 caballos cuando los sorprendió la nieve. Cada vez se enfrentaban a más nieve, los caballos se iban abriendo paso primero con la nieve hasta los bastos, luego con la nieve al pecho, cada vez era más difícil el avance, ya la nieve les llegaba al cuello. Iban viendo animalitos refugiados donde podían, cabras tras una piedra, bajo una matita. Habían soltado ya a la yegua madrina (la marucha es como llamó a la yegua madrina) y la situación era cada vez más complicada. Y llegó el desastre: los sepultó una bola de nieve. A todos. Hermanos, padre, caballos. Todos rodaron y todos quedaron bajo nieve.
Bernabé con 20 y pico de años con muchísimo esfuerzo fue logrando desenterrarse. Cuando logró llegar a la superficie la vista era desoladora: caballos a los que se veían las orejas, caballos a los que se veía una pata, y muchos que ni siquiera se veían, todos desperdigados en la rodada. Y comenzó a escuchar los pedidos de auxilio de su padre:, “hijo, ayuda!” Se desgarró todo tratando de sacar a su padre de esa trampa de la que no podía salir solo ya que a diferencia de Bernabé que usaba campera, tenía puesto un poncho que lo maneó en la revolcada y lo dejó sin movimientos.
A pesar de su desesperación, a pesar de todos sus esfuerzos, seguía escuchando los pedidos de ayuda de su padre mientras llegar a él le resultaba imposible. Y no llegó a tiempo. Esta es la historia que pugnaba por salir cada vez que recordaba a su padre Polo Guiraldes.
No sé cómo fue la transición entre el viaje al relato y la vuelta al comedor, pero te aseguro que Polo Guiraldes nos siguió acompañando, la emotividad de Bernabé lo mantenía allí.
Después nos enteramos que don Vergara le había hecho un monumento a don Polo, otro motivo de agradecimiento.
Ya con los pies en la tierra, nos contó alguna tribulación: que un conocido operador de cruces a caballo de los andes pasaba por su campo subrepticiamente y por ahí hacían campamento en sus tierras, sin nunca presentarse siquiera a saludar. Creo que su mayor queja es que no se paraban a charlar, y de alguna manera reconocer su derecho más que a la falta de alguna recompensa económica.
Y su otra tribulacioncita: que nadie había llegado en camioneta hasta el rial!!!!! Creo que eso fue lo que definitivamente nos terminó de despegar del relato estremecedor, no hizo falta que nos dijera que habían llegado motos y creo que cuatris, que nosotros al unísono dijimos VAMOS!.
Y así fue como agotados los canelones y la jarra de vino de Bernabé, nos despedimos de él y de don Vergara, yo agradecidísima de haber conocido a esos personajes y haber compartido ese momento tan enriquecedor
Levantamos campamento para, aunque fuera, enfilar para el rial. Teníamos indicaciones muy precisas, de donde se estrechaba, de donde estaban las piedras, y de donde estaba la cruz que él había puesto en la tumba del padre.
Ahí andábamos luchando un poco con unas pendientes arenosas en busca del angosto pedregoso, cuando ven a un gaucho que había pasado el caballo a nafta y venía endemoniado bajando la ladera opuesta! Se trataba de don Moreno, otro puestero de la zona que finalmente nos dio alcance y le brindó a Pitu más detalles sobre la cruz.
A pesar de mis demoras, llegamos al angosto! Al menos llegamos bastante cerca. Y ahí salieron a caminar los 4 chicos del grupo mientras yo me quedé intentando resolver el nivel “genio” de River Crossing en menos de 15 movimientos. Desaparecieron de mi vista, pasaba el tiempo, yo nunca logré bajar de 15 movimientos y teníamos horario inflexible: la aduana de Las Loicas cerraba a las 20:00.
Así que volvieron los exploradores sin haber encontrado un paso factible y sin haber encontrado la cruz de la tumba. Dejaron, eso sí, una apacheta para señalarle a Bernabé que estábamos en tema.
Volveremos!!!!!!! (por el cañadón vecino)
ELSA ONS
Febrero 2021
PD.: No puse la foto antes porque el relato permite imaginar sin problemas a Don Bernabé. Ahora creo que van a corroborar que lo que imaginaron era correcto
Don Bernabé - Foto: Denis Boixadera