Extrañándote

 

 

 

            Su larga cabellera, teñida de blanco por los años, se dejaba acariciar por la brisa, al tiempo que sus ojos, que ocultaban el enigma de un triste pasado, comenzaban a humedecerse. Su rostro mantenía una expresión severa que no le era propia, pues su sonrisa, otrora mágica y dulce, se había borrado de su rostro hacía ya muchos años…desde que lo había perdido, desde que la muerte impiadosa los había separado.

 

            Bajó la vista y observó sus manos. No pudiendo escaparle al tiempo, se habían cubierto de pequeñas arrugas y estaban salpicadas por las manchas típicas de la edad. Pensó en todas las cosas que habían quedado atrás, en los sueños incompletos y tras un profundo suspiro, entró nuevamente en aquella casa, casi como flotando, llevada por los recuerdos que aún la inundaban. Sintió una lágrima deslizarse por su mejilla mientras sus dedos rozaban suavemente las teclas del viejo piano de la sala de estar, produciendo un suave tintineo, casi inaudible. Siguió avanzando por el desolado corredor, con la mirada vacía, fija en la nada, hasta llegar al dormitorio.

 

            Esa habitación, que recordaba cálida e iluminada era hoy un antro de soledad, oscuro y frío, aunque ella muy bien sabía que él permanecía allí. Era consciente de que ni sus manos ni sus labios podían ya tener algún contacto físico con él…y todo le resultaba inútil e inservible, vano, insulso. Todo carecía de sentido, porque él era su vida, su guía, y ahora se hallaban en dos mundos diferentes, separados por esa barrera infranqueable que se alza entre la vida y la muerte. Tampoco sentía lo que sucedía a su alrededor, como si el mundo se hubiera vuelto de repente mudo y silencioso. Y ni siquiera entendía por qué estaba ella ahí, cuando debería estar en otro lugar, muy lejos.

 

            Al entrar en el comedor, lo vio. Allí estaba él, sentado, escribiendo. Ella se acercó y lo llamó. No obtuvo respuesta. Lo llamó alzando un poco más la voz, y nada. Luego, él se volteó, pero pareció no verla, y siguió escribiendo. Sin comprender, y con miedo, ella se aproximó un poco más, lo suficiente como para leer.

 

            “…y no puedo seguir así. Hace tres años que murió, y aún siento como si ella estuviera cerca, como si aún rondara por la casa.” – escribía él.

 

            La frase escrita le recordó que él seguía vivo. Los vivos no logran ver a los fantasmas.

 

Zerega, Daniela A.

2° B, Producción de Bienes y Servicios