INCURSIÓN A LAS PIPINAS Y ALGO MÁS
06 de Diciembre de 2014
Pese a tenerlo relativamente cerca, el ramal de La Plata a Las Pipinas sólo lo tengo parcialmente relevado y alguna vez tenía que tratar de completarlo.
Un sábado después de almorzar con ganas de ir a tomar unos mates al campo nos fuimos con Adriana a echarle un vistazo a las estaciones que están cerca de la punta de rieles. Una pequeña vueltita de 250 km a las que estamos acostumbrados.
Como es de práctica salimos desde Varela por la RP53 y al legar a la RP06 seguimos por la tierra, primero rumbo a Brandsen y luego hacia Oliden. Antes de la RN02, las lluvias habían hecho su trabajo y tuvimos que peludear un poco en alguno de los charcos lleno de barro con huellones de tractores; sin embargo nos la ingeniamos para poder pasar. Un auto que venía detrás nuestro, poco antes del arroyo Abascay tuvo que pegar la vuelta.
Salimos a la RP36 por el acceso a Oliden y le pegamos derecho hasta la primera estación del ramal a Las Pipinas que me faltaba: ALVAREZ JONTE.
Un desvío por la típica conchilla de la zona nos descolgó de la RP36 rumbo al tranquilo poblado, que es pequeño pero tiene un poco de todo: estación ocupada, club, plaza, posta sanitaria, escuela y alguna que otra casa de fin de semana. Las fotos de la estación son desde lejos porque apenas nos detuvimos cerca, los ocupantes comenzaron a mirarnos de manera muy desconfiada y la verdad que no hay mucho para ver en ella, no así en el poblado.
LAS TAHONAS
A partir de allí, seguimos costeando las vías disfrutando de las exóticas palmeras que flanquean la traza del ferrocarril hasta llegar a LAS TAHONAS, un paraje con una humilde y precaria estación de madera, devenida en un pequeño cementerio de autos viejos. No hay mucho más.
Su nombre recuerda a las maquinarias primitivas que se usaban para moler el trigo, accionadas por mulas. Su construcción era toda de madera dura con excepción de las muelas, que eran de piedra.
Seguimos costeando las vías y nos metimos por la puerta trasera de VERÓNICA, una hermosa ciudad donde encontramos a su vieja estación que fue reconvertida como terminal de ómnibus. Paradójicamente terminó siendo funcional a la competencia, pero por lo menos está preservada por si alguna vez se produce un milagro. Aprovechamos a pasear un poco a nuestra perrita y nos toamos unos mates en la plaza que la rodea.
El nombre la la estación y la ciudad, como suele ocurrir, es debido al nombre del propietario de los campos, en este caso Doña Verónica Bernal de Tornquist
Cargamos combustible y agua caliente y seguimos costeando el ramal, ahora rumbo a la enigmática estación MONTE VELOZ.
Lo curioso de este enlace fue ver cómo han aprovechado el tendido abandonado del telégrafo para colgar una moderna fibra óptica, mezclada entre los aisladores, los pedazos de viejos cables y algunos nidos de horneros. Realmente llamativo.
MONTE VELOZ está ocupada y nos pareció buena idea intentar acercarnos, así que nos conformamos con fotos de lejos. Su nombre muy particular se debe a los montes de talas del propietario de los los campos, Don Luis Veloz.
Desde acá el camino ya no costea más las vías pero en un viejo mapa del IGM vimos una posible salida a la RP11 para llegar a LAS PIPINAS por el lado opuesto; además si salía bien, capaz que nos llegábamos a la desembocadura del Samborombón. Sin saber dónde nos meteríamos seguimos derecho hacia la RP11 como ignorando la gran curva que este ramal describe hacia LAS PIPINAS.
Cruzamos una tranquera abierta con un cartel de No Pasar, lo que le puso algo de pimienta al recorrido, sobre todo a mi señora que mucho no le gustan estos “riesgos”. Cruzamos una camioneta de frente que no nos dijo nada y lo que empezamos a ver nos hizo olvidar del riesgo. Primero encontramos un campo lleno de ñandúes, que evidentemente no eran salvajes ya que hasta se arrimaron para que los fotografiemos.
Luego entramos en un espeso bosque donde el camino, que parecía de fábula, serpenteaba en su interior transmitiendo una tranquilidad increíble. Paramos a escuchar los sonidos del bosque, mientras otro vehículo paso sin siquiera saludarnos. ¿Estábamos en un camino público?
Seguimos dentro del bosque hasta que de repente caímos en un fastuoso casco de una estancia, que mirando el IGM dedujimos que era la Juan Gerónimo. Edificaciones por doquier semiocultas por la vegetación pero de una construcción sólida y prolija; sin embargo no vimos ni un alma a quien preguntar ya que claramente estábamos en una propiedad privada.
Por el espejo veo una camioneta que se aleja como por donde habíamos venido. Pegamos la vuelta y tratamos de alcanzarla pero iba demasiado rápido. Volvimos a la estancia para intentar de nuevo encontrar a alguien. Infructuosamente.
Estábamos a un par de kilómetros de la RP 11, por lo que decidimos arriesgarnos a buscar la salida triunfal, total de todos modos ya estábamos en infracción: un poco más era igual. El monte seguía cerrado y el camino se iba bifurcando hacia más y más edificaciones desperdigadas por todos lados. Siempre elegimos la que nos parecía que nos acercaba a la RP11 y después de muchas vueltas salimos a campo abierto con la RP11 a la vista, sin que aparezca nadie.
Todo bien, pero al llegar al alambrado una tranquera con un bruto candado nos avisó que se acababa el juego. Un cartel confirmaba que estábamos dentro de la estancia Juan Gerónimo. Una lástima porque ya estábamos afuera cumpliendo el objetivo, pero así es la vida.
Con mucho pesar, desandamos todo el camino hasta Monte Veloz, de nuevo sin encontrar a nadie y desde allí salimos a la RP36 con rumbo a LAS PIPINAS.
LAS PIPINAS es un pueblo grande que debe haber sabido de esplendores cuando el ferrocarril y la fábrica de cemento Corcemar funcionaban a pleno. Hoy es un lugar tranquilo que espera que algo de turismo le permita sobrevivir aprovechando el tránsito de la RP36.
Según Enrique Udaondo, en su libro “Significado de la nomenclatura de las estaciones ferroviarias su nombre se debe al apodo familiar de varios integrantes de la familia del Dr. Carlos Dhiel. Me saltó un poco de curiosidad y buscando en Internet encontré varias versiones mas o menos coincidentes, que resumidamente dicen que las niñas gemelas o mellizas se llamaban Josefinas, y eran apodadas por el plural de “Las Pipinas”, siendo éste el nombre que toma la estación ferroviaria en 1913 .El pueblo toma el nombre de la Estación a partir de la iniciativa del señor Pranasco Parmerion Hernández que, a raíz de la instalación de la Fábrica de Cemento “Corcemar”, se presenta al Ministerio de Obras Públicas el 30 de marzo de 1939, proponiendo la fundación de un pueblo sobre la Estación Las Pipinas.
Difieren las versiones en el apellido o familias de origen de las niñas, algunos las vinculan a la familia de un tal Dr. Carlos Dhiel, quien hubiera sido propietario de una estancia por la zona y la otra versión vinculan a las niñas, con la familia de Parmerion Hernandez. Carlos Diehl era un desarrollador inmobiliario, que invertía en comprar campos, mejorarlos (incluyendo alambrados, molinos, y también el ferrocarril) y después venderlos en campos mas "pequeños". Carlos tuvo cuatro hijos: Carlos, Sara, Josefina y Raúl. Sara y Josefina fueron mujeres muy bonitas, y en honor a ellas bautizaron esta estación con le nombre de "Las Pipinas". El apelativo Pipina lo heredó Sara, quien se casó con Julio Moreno Hueyo, un abogado que fue Presidente de la Corte Suprema de Justicia de Buenos Aires, hasta que fue destituido por la intervención a dicho poder que hiciera el Presidente Perón, y murió poco tiempo después. Hoy la biblioteca de el juzgado de La Plata lleva el nombre de Julio Moreno Hueyo.
Buscando la estación le pasamos por detrás y ya que estábamos, me quise sacar la curiosidad de poder llegar a las orillas del Samborombón por adentro la estancia Pancho Díaz, animando por la “exitosa” incursión a Juan Gerónimo. Me interesaba porque cuando continuemos el Proyecto Samborombón con las bicis es uno de los posibles escapes para redondear tramos; si conseguía ahora el permiso ya tenía el problema resuelto para el futuro.
La cuestión es que abriendo y cerrando tranqueras, atravesando una zona baja con vestigios de ser de donde sacaban las materias primas para la cementera, llegamos al casco de la estancia a escasos dos kilómetros del río. Me apeo y saludo educadamente al puestero y al comentarle nuestras futuras intenciones en dos ruedas, se cierra completamente invocando la negativa del dueño, a tal punto que ni siquiera me quiso dar un teléfono: la primera vez que me pasa que fracaso con un permiso.
Nos volvimos apenados por el fracaso por el mismo camino pasando por el frente de la fábrica de cemento, apreciando el viejo hotel que alojaba al personal foráneo que ahora lo han reabierto para el turismo. Encontramos la estación, parcialmente ocupada pero nos pudimos acercar bastante para sacarle unas fotos y dar por terminado el paseo
Pampa
Mayo 2015