SECRETOS DE LA REMOTA MESETA DEL CANQUEL

Cada vez con más frecuencia un viaje se encadena con otro. Cuando estaba redactando la expedición que nos llevó a meternos adentro del cráter de Bajo Hondo, en la zona de Gan Gan, me puse a investigar un poco acerca de los cráteres de impacto y de un artículo sobre el campo de aerolitos de Bajada del Diablo, del que siempre me hablaba  Federico Kirbus, encontré un listado de campos de ese tipo en Argentina.

Mención aparte, parece que desde tiempos inmemoriales a nuestro bendito país lo cascotean bastante a juzgar por la cantidad de aerolitos que ligamos…

La cuestión es que en ese listado había tres cráteres muy curiosos agrupados en trébol en una ignota Meseta del Canquel en la querida Chubut. Me pongo a verla y concluyo que se trata de una especie de apéndice de Somuncurá que atrae mi atención por razones obvias.

Chateando con Claudio Guanciarossa, nos entusiasmamos y nos propusimos armar una travesía invernal por la zona, para lo cual había que agregarle más objetivos además de encontrar cómo abordarla. La mecha se había encendido.

En Google Earth, una foto perdida en el borde oeste de la meseta del Canquel tomada por  Darío Granato, amigo de facebook derivado de alguna conversación sobre algún otro viaje, me lleva a consultarlo acerca de cómo llegó allí y de esa conversación surgió la historia o leyenda  de la Casa de Piedra o Puesto Pepino, lo que terminó de convencernos que había que ir a la zona.

Al buscar más objetivos, encontramos que en la zona sur de la meseta había un frondoso bosque petrificado en las estribaciones de la Sierra Cuadrada y que en el oeste había un par de “fiordos”  en la meseta de la Media Luna que merecían una visita y además algunas lagunas de color rojo muy curiosas.

Sabíamos que además de nosotros dos, Pablo Anastasio y Elsa Ons no tardarían en sumarse por lo que masa crítica había de sobra.

La cuestión que en el primer envío de invitación a algunos de los que habitualmente me acompañan, resulta que diez chatas respondieron que serían de la partida, lo que confirma la magia de la Patagonia, donde los interesados pican con cualquier carnada.

Aunque la carnada en realidad no era tan común: la leyenda o historia de la Casa de Piedra o Puesto Pepino tenía un magnetismo ineludible para todos aquellos curiosos viajeros que compartimos la pasión por la exploración. Cada uno que la leyó quedó atrapado por la historia y se generó una “obligación” de descubrirla o mejor dicho “redescubrirla”, ya que según el vago relato, sólo 20 personas la conocían. Para los que no la conocen, aquí se las dejo para vuestro deleite

El asunto es que no teníamos mucho más datos que los del relato y de lo que había podido averiguar Darío Granato algo más de doce años atrás cuando se aventuró increíblemente por la zona  con su Berlingo y en una estancia de los Myburgh mencionados en el relato, le habían indicado vagamente por dónde podía estar en la extensa meseta del Canquel, pero sin precisiones.

El dato más certero era que estaba cerca de un tal Puesto Barragán, pero “cerca”, en una superficie tapizada de piedras no era un dato muy relevante. Imposible pensar en encontrarla en el terreno en esas condiciones. Las dos fotos en miniatura que hay en el relato eran la otra pista. Darío logra comunicarse con el autor de la nota, hoy viviendo en Misiones, quien le dice que creía estaba a unos 500 metros del Puesto Barragán.

Mirando viejos mapas encontramos el Pozo Barragán, por lo que el puesto homónimo no podía estar lejos. Escudriñando mapas satelitales encontramos un puesto en la zona norte del Pozo y entonces varías pestañas se quemaron sin éxito buscando las extrañas construcciones de piedra en un círculo de 500 metros alrededor de él. Cuando ya creíamos que era imposible encontrarlas, Pablo Anastasio, con su vista de lince y paciencia de monje tibetano, las encontró, pero a más de 2.5 km del Puesto Barragán, escondidas en un estrecho cañadón que desciende al pozo, lejos de las pocas y precarias huellas que recorren la meseta. Ahora no había más excusas, había que ir por ellas…

Pusimos fecha alrededor del feriado largo de Agosto, agregando algunos días antes y después, pese a que los pronósticos del clima para la zona en esas fechas eran para desanimar al más pintado: lluvia, viento, nieve y temperaturas bajo cero, ideales para andar de campamento un par de días por mesetas patagónicas.

Por supuesto le ofrecí a Darío que sea mi copiloto ya que debía agradecerle de algún modo haberme contado esta tremenda historia y felizmente aceptó. Como ya me ocurrió muchas veces iba a conocer personalmente a mi acompañante en el momento que  se trepaba a Pampa 02.

A diferencia de otras travesías, esta vez el número de chatas no varió demasiado y finalmente se consolidó en siete chatas con seis copilotos, un gran grupo bien federal

·         Elsa Ons con Eduardo Cinícola (Toyota Hilux)

·         Pablo Anastasio con Eduardo Accame (Costurera 2, Toyota Hilux)

·         Claudio Guanciarossa y  Daniel (Babosa,Discovery)

·         Hugo Berry Rhys y David Heidel (Toyota SW4)

·         Guillermo Loza y Julio Sastre (Toyota Hilux)

·         Sergio Zerega y Darío Granato (Pampa 02, Suzuki Vitara)

·         Diego Tognetti (Toyota Land Cruiser)

Finalmente quedamos en encontrarnos el jueves por la noche en Villa Dique Florentino Ameghino, donde reservamos lugar para todos (y todas) en la Hostería La Media Luna, bastante cerca de nuestros objetivos de los días venideros y relativamente a mano para todos.

Miércoles 10 de Agosto de 2016

ENLACE NOCTURNO:

Después de un largo día de trabajo, que como es habitual se complicó como tratando de impedir la salida, me vine para casa a la nochecita cruzando toda la ciudad de Buenos Aires, me di una ducha y al rato cayó Darío Granato, y como adelanté, recién ahí lo conocí personalmente.

Dejó su fiel Berlingo en mi garaje ocupando el lugar de la Pampa 02 y salimos a eso de las 21:00 rumbo a Bahía Blanca. Julio Sastre nos esperaba a cualquier hora de modo que pudiéramos dormir un poco en una cama pero ello solo era posible si no nos vencía el sueño. La cuestión que la animada charla con Darío y el intercambio de pilotos nos hizo cubrir el enlace casi sin darnos cuenta y a las cuatro de la mañana ya estábamos en Bahía Blanca durmiendo en las cómodas camas de la casa de Julio. Esta vez no hizo falta hacer uso de dormir en la chata en la YPF de Coronel Pringles. Tres horitas en una cama son más que suficientes considerando el entusiasmo del inicio de un atrayente viaje como el que encarábamos…

Jueves 11 de Agosto de 2016

ENCUENTRO GRUPAL EN DIQUE AMEGHINO:

Nos levantamos a las 7:00 y al rato se arrimaron a buscarnos Pablo Anastasio y Ernesto Accame con la Costurera II. Julio iría temporariamente con ellos hasta Ameghino donde se encontraría con su piloto, Guillermo Loza que vendría desde El Bolsón. A las 8:00 ya estábamos en camino.

El resto estaba desparramado por diferentes lugares el país con rumbo Ameghino: Hugo Berry con David Heidel habían salido temprano el miércoles y pararon a la noche en Las Grutas, cenando exquisitos mariscos que nos refregaron con fotos vía Whatsapp.

Claudio Guanciarossa y Daniel también habían salido anticipadamente y durmieron en Puerto Madryn, lo que les permitió tener un jueves tranquilo yendo a contemplar ballenas en El Doradillo antes de seguir hacia Ameghino.

Diego Tognetti andaba solitario por ahí al igual que Elsa Ons con rumbo a Ameghino.

Eduardo había llegado temprano a Trelew el miércoles en avión y anduvo un poco de paseo por Playa Unión y el jueves se tomó un bondi y fue el primero en llegar al punto de encuentro.

A la tardecita ya estábamos todos alojados en la hostería La Media Luna, inusitadamente llena con trece personas un día de semana en invierno. Una buena cena en el único boliche abierto del poblado fue la antesala de la intensa aventura que viviríamos los días venideros.

Viernes 12 de Agosto de 2016

LA INVASIÓN AL TERRITORIO BOER

Pese a la fría mañana, nos propusimos salir temprano y lo hicimos. Solamente nos demoramos un poco por la inevitable tentación de sacar fotos desde el coronamiento del dique Ameghino, el cual ofrece postales imperdibles hacia el lago y hacia el pueblo.

Tomamos la RP25 primero en dirección a Las Plumas, mientras comentábamos por radio por enésima vez la epopeya del Ferrocarril Central del Chubut acicateados por los restos visibles del terraplén que todavía perduran. Linda travesía en bici sería recorrerlo de punta a punta.

Después de Las Plumas entramos en la parte pintoresca de laRN25 que bordea el río Chubut la cual resulta un festival para el ojo. La mayoría somos veteranos de su traza pero nos deslumbra cada vez como si fuera la primera.

Mientras disfrutábamos de los paisajes, un par de anécdotas de viaje antes de llegar a Los Altares:

Nos pasa raudamente una chata blanca con un perro en la caja; pocos kilómetros más adelante encontramos un perro igual al que estaba en la caja,  como perdido en el medio de la ruta. Nos dio el pobre perro lástima y paramos a auxiliarlo mientras Elsa salió a fondo a perseguir la camioneta que lo había perdido…

La cuestión que el perro estaba muy agitado, pero no tenía lastimaduras (imposible si se había caído de una chata a más de 100 km/h salvo que fura un perro biónico) y tampoco se veía algún puesto cercano. El perro,  súper manso, se encariñó con nosotros mientras Elsa al rato nos informa que la chata blanca en cuestión seguía teniendo el perro a bordo y confirmó que era idéntico al que estaba con nosotros. Habrá sido clonado????

Finalmente lo dejamos donde lo encontramos y seguimos viaje pero dejamos al perro y a los pocos kilómetros encontramos una Grand Cherokee tirada en la ruta con una familia desesperada y paramos a darle una mano, lo que terminó con una remolcada hasta Los Altares ya que no hubo forma de arrancarla.

En Los Altares paramos a reaprovisionar combustible y mientras tanto Darío se ocupó de averiguar datos de la zona ya que hace unos años estuvo varios días por acá y conocía hasta los perros.

Allí nos entusiasmamos con un atajo offroad a la ex RN25 (hoy RP53) que salía hacía el sur poco antes de Los Altares. Gente conocida de Darío nos informó que no había tranqueras con candado y que se podía ir por ahí, con lo cual evitábamos ir hasta Paso de Indios por la RN25 y luego desandar otros tantos por la RP53 para arrimarnos a la meseta del Canquel.

Encaramos el atajo por una tranquera abierta y el panorama era excelente pero…
Por la radio, el último de la fila llama diciendo que el dueño del campo nos perseguía y que no quería saber nada de nuestra intromisión. Nos volvimos a parlamentar pero no hubo caso de convencerlo que nos deje pasar, pese a que descubrimos que quien nos había alentado a entrar era su cuñado y a que Darío conocía a la madre del dueño. Su argumento era que no le habíamos preguntado y que de haberlo hecho nos habría dado permiso (¿?);pocas veces nos pasó algo así siendo que no nos habíamos mandado sin averiguar y que en realidad no teníamos chance de saber que él era el dueño y dónde estaba.  Medio molestos por la situación volvimos al plan original y retomamos la RN25 rumbo a Paso de Indios preguntándonos si este viaje no estaría signado por propietarios quisquillosos…

Mientras nos dirigíamos a Paso de Indios veníamos relojeando algún otro atajo de puros cabezas duras y encontramos otro sin tranquera que parecía ir hacia nuestro destino. Nos adentramos unos cuantos kilómetros,  nos empezamos a divertir con algo de offroad pero la verdad que no nos llevó a ningún lado y tuvimos que volver.

Teníamos un dato acerca de la ubicación original del antiguo Paso de Indios y decidimos ir a buscarlo antes de internarnos en la meseta del Canquel. Allí el río Chubut discurre por un ancho valle plano y se abre en varios brazos, lugar ideal para un vadeo.  Una huella borrada por las crecidas del río nos llevó hasta un lugar donde había vestigios de algunas construcciones y de unas vías tipo Decauville que seguramente se usaban para arrimar las cargas a un embarcadero sin peligro de encajarse; en la ribera de enfrente se aprecia un torno a manivela que seguramente se utilizaba para arrastrar las carretas cuando vadeaban el río o bien para traccionar algún tipo de balsa. El aspecto del cauce del río, pese a que en ese momento estaba bastante crecido daba idea que ese era un buen sitio para un fácil vadeo y entonces seguramente fue un punto de encuentro para las caravanas que iban del mar a la cordillera. Así nació el primer Paso de Indios o La Herrería, el cual luego se trasladó unos quince km más al oeste a su actual ubicación cuando se trazó la RN25.

Al salir del lugar, Hugo tuvo un pequeño inconveniente que nos obligó a una difícil maniobra para rescatarlo, por suerte sin ningún daño.

Al salir otra vez a la RN25, otra huella hacia el sur nos tentó para “acortar” camino y nos metimos; estaba muy poco transitada y cortada por los cursos de agua temporarios, pero iba en la dirección correcta. Si nos salía bien, “ahorrábamos” unos 20 kilómetros.

Si bien daba muchas vueltas, se iba acercando a la RP53 sin solución de continuidad y sólo una tranquera con candado podría impedir concretar el atajo. Los paisajes eran muy lindos y cuando la RP53 apareció, comenzamos a bordear un alambrado que nos intranquilizó; por suerte desembocó en una tranquera abierta y así nos subimos a la RP53 sin pasar por el actual Paso de Indios, puesto que con el viejo nos había alcanzado…

La RP53 actual no es más que la vieja RN25: sus viejos mojones de hormigón contando la distancia al Km 0  frente al Congreso en la Ciudad de Buenos Aires lo confirman. Teníamos tres posibles accesos a la estancia La Cascada desde allí, pero los dos primeros fracasaron por tranquera cerrada o por negativa de los puesteros (Uno nos recibió muy amablemente pero con una escopeta en la mano…) por lo que tuvimos que ir al acceso público en el km 1800 de la ex RN25.

Ese camino vecinal está bien demarcado y pasa hilvanando estancias en su derrotero al sur; empezamos a divisar nuestro objetivo: la enigmática meseta del Canquel. La idea era hacer noche en la estancia La Cascada, ya que Darío había contactado al dueño y nos estaría esperando.

La cuestión que con todas las peripecias del día, pese a no haber hecho muchos kilómetros, se nos hizo de noche antes de llegar a La Cascada y para colmo con Darío nos retrasamos porque pasamos  a visitar al dueño del campo “Las Víboras”, Gerardo Perez, que a su vez es el suegro del dueño de “La Cascada” a quien había conocido en su viaje anterior para dejarle una foto de recuerdo de aquella visita.

Por si acaso Darío por VHF contó como venía la mano para que los que lleguen se presenten en la estancia, pero entendieron cualquier cosa…

Alertado por media docena de chatas invadiendo su propiedad de noche donde rara vez llega más de una, alguien que ya estaba durmiendo, se levantó sobresaltado y le salió al cruce desconfiado a “recibir” a los adelantados.

Pablo le quiso explicar que veníamos con el permiso del dueño de la estancia, pero resulta que el dueño era el obligado anfitrión, así que la recepción no fue de lo mejor. Insistió Pablo: “Pero venimos de parte de Don Buty Myburgh”. La nueva respuesta fue: “Buty soy yo…”

Al borde de que los saquen a patadas, el mismo Buty empezó a preguntar y atando cabos finalmente dedujo que venían a través de Darío, que efectivamente le había avisado a través de su hijo que vive en Trelew. Una vez que se convenció, abrió sus puertas de par en par y ofreció un galpón para armar las carpas y una vieja matera para podamos cocinar. Aclaro que hacía un frío de cagarse.

Mientras tanto, Darío y yo llegamos y se terminó de aclarar la extraña situación. Tan contento estaba Don Buty de las inesperadas visitas que hasta se trajo una motosierra para que cortemos leña para cocinar y se olvidó que se había ido a dormir y se quedó largo rato charlando con todos nosotros.

El día finalizó armando un campamento en propiedad horizontal dentro de un galpón y con quien escribe cocinando un abundante pollo al disco en la matera, donde compartimos una cena memorable entre amigos.

La “invasión” a territorio boer se había concretado exitosamente.

 

Sábado 13 de Agosto de 2016

EL DÍA QUE DESCUBRIMOS LA ENIGMÁTICA CASA DE PIEDRA

Por la mañana nos dimos cuenta en el increíble lugar donde habíamos recalado.
La estancia La Cascada está recostada sobre unos de los tantos “fiordos” secos del oeste de la meseta del Canquel pero está regada por una abundante vertiente convertida en un apreciable arroyito de agua fresca. Como es natural, donde hay agua hay vida, por lo que posee una abundante arboleda que contrasta con el paisaje pétreo de los bordes de la meseta. Si bien la época invernal no deja ver del todo el verde, se intuye claramente lo hermoso que debe ser el lugar en primavera y verano.

Cuando hablamos de territorio boer, lo hacemos porque toda esta zona fue colonizada a principios del siglo pasado por inmigrantes campesinos sudafricanos generalmente descendientes de holandeses que llegaron a Ciudad del Cabo en el siglo XVII.  Campesino, en Neerlandés, se denomina Boer y de allí toma su nombre esta interesante corriente migratoria. Don Buty Myburgh pertenece a una de esas familias boer que a principios de siglo se aventuraron en el centro sur de Chubut y se establecieron en la zona con emprendimientos ganaderos. La familia Myburgh es propietaria de varias estancias en la zona y gracias a ellos teníamos permiso para recorrer estos recónditos parajes chubutenses

Algo de historia para quien tenga interés: http://www.elchenque.com.ar/his/temrel/13/diaboers.htm

Desde el casco de la estancia La Cascada una empinada y serpenteante huella que copia el cauce de la vertiente nos deposita en lo alto de la desolada meseta. Nos toca un día soleado pese a que el pronóstico indicaba nevadas, lo cual consideramos que era un guiño del destino para logar los objetivos.

La comparación con Somuncurá es inmediata: el paisaje es muy similar y la huella que recorremos también es una buena copia y al igual que en la madre de las mesetas sureñas, no es posible circular mucho trecho fuera de ellas debido a que todo está tapizado de piedras.

Realmente al ver el paisaje, celebramos tener el dato preciso de donde creíamos estaba el Puesto Pepino ya que nos hubiera sido muy difícil buscarlo recorriendo a tientas la meseta fuera de las pocas huellas que la recorren.

A poco de andar vemos el primero de los cráteres de impacto que los meteoritos tallaron en esta remota meseta, el cual está en el borde mismo, es decir que quien lo tiró casi le erra…

Un poco más al sur atravesamos el Puesto Macuco, perteneciente a la Estancia La Cascada, donde pudimos apreciar gran cantidad de ovinos, la principal actividad del establecimiento.

Pasamos al costado de dos lugares donde a través de las fotos satelitales habíamos visto “construcciones sospechosas” cuando hurgábamos la meseta buscando a Pepino pero no eran más que dos grandes piedras.

Después de un par de tortuosas horas, el Pozo Barragán apareció ante nosotros. Pozo es un nombre que le queda chico ya que es una gigantesca depresión muy abrupta que no la consideramos atribuible a meteoritos ya que su tamaño y profundidad es enorme y por otra parte no presenta sus bordes redondeados como se caracterizan los cráteres de impacto.

Una huella empinada nos induce a descender, en busca del Puesto Barragán, el cual se encuentra “colgado” a media altura del gigantesco cuenco. Nuestro plan de bajar hasta el fondo del pozo para acercarnos al Puesto Pepino con las chatas naufragó tan pronto pudimos  apreciar las pendientes y las piedras de sus laderas. Íbamos a tener que caminar los 2.5 kilómetros si queríamos “descubrirlo”; el clima se había asociado porque si bien se había nublado, la nevada anunciada no era inminente.

Dejamos las chatas en el puesto y nos largamos a caminar con ansiedad: algunos por arriba manteniendo el nivel, otros por abajo copiando el track imaginado para las chatas. Al rato éramos tres o cuatro grupos dispersos disputando el privilegio de ser los primeros en llegar. Darío, desesperado por llegar se fue solo en línea recta aunque transitó un campo minado de piedras…

La expectativa era muy grande y el objetivo se hizo desear porque prácticamente no fue posible verlo hasta no estar casi encima por lo que los 2.5 kilómetros se hicieron eternos. Pero finalmente ante nuestros atónitos ojos, apareció el famoso Puesto Pepino y su insólita construcción de piedra en forma de cúpula esférica. Habíamos encontrado la quimera que habíamos venido a buscar y la historia de Pepino se nos hizo real.

El lugar no podía estar mejor elegido: un  recodo dentro del pozo al reparo de los fuertes vientos y con una vertiente que proveía el agua vital para sobrevivir allí. No obstante, lo que llama la atención es que justamente no es una zona con muchas piedras, así que además de la increíble construcción completamente fuera de contexto cuesta imaginar de dónde sacó el material el bueno de Pepino.

Muchas veces hemos ido en busca de algún objetivo pero me atrevo a decir que esta fue la vez que más fuimos tocados emocionalmente posiblemente por  el misterio y por la magia que nos habían invadido después de la lectura de la increíble y triste historia de Pepino y su mentor italiano.

Ni hablar de mi copiloto Darío Granato, que pese a ser grandote, no cabía dentro de sí: él había soñado este momento desde hace muchos años y lograrlo lo había conmovido profundamente.

Nos quedamos en el lugar un largo rato tratando de imaginar cómo habrá sido llegar solo a este lugar un siglo atrás munido solamente de unas pocas herramientas y de los recuerdos del castillo que el italiano le había contado quería construir y que por supuesto Pepino no había visto en su vida. ¿Cómo no conmoverse?

Cumplido el objetivo y con el alma llena, volvimos a las chatas caminando lentamente planeando los nuevos pasos. Para empezar, decidimos almorzar en el Puesto Barragán y durante el almuerzo nos pareció buena idea bajar de la meseta del Canquel por el sur, por la Cuesta de Badosky (recuerda a quien la talló a pico y pala) y en lo posible ir a acampar a la Estancia La Esperanza, donde estaba el otro acceso sur a la meseta que nos llevaría a nuestro trébol de cráteres de impacto.

El clima empezó a ser el previsto: unas gruesas nueves negras en el horizonte confirmaban que la nevada era posible pero no era inminente.

La huella bordeó completamente por el sudoeste el pozo de Barragán y luego bajamos la empinada Cuesta de Badosky, donde nos preguntamos si sería posible subirla de regreso si llegaba a llover mucho o se cubría de nieve porque curiosamente su piso era de tierra suelta.

 Una vez abajo, entramos a pedir información en la Estancia Tres Manantiales (también perteneciente a la familia Myburgh) pero no encontramos a nadie que supiese el estado de la huella a La Esperanza, lo cual no era buen indicio puesto que si no sabían nada del vecino…

Recuerdo que uno de los peones nos hizo pasar a tomar mate a su rancho, que con una cocina económica a full parecía que estábamos dentro de una caldera y que mantuvimos una interesante charla pero no pudimos obtener un solo dato de los que nos interesaba.

Los dueños, que habían salido de recorrida por el campo, eran los únicos que podían ayudar pero no regresarían hasta el atardecer.

Como aún era temprano, decidimos confiar en nuestros tracks teóricos y movimos hacia el oeste. La huella al principio era clara y transitada pero a poco de andar viró al sur inesperadamente. Mirando bien resulta que era una bifurcación y nuestra huella seguía pero muy desdibujada, atravesando una tranquera sin candado. Obviamente seguimos por ahí.

Avanzábamos muy lentamente mientras el cielo se ponía cada vez más negro y los kilómetros se hacían de goma. Cuando no faltaba mucho para torcer hacia el norte para dirigirnos a La Esperanza, un tenso alambrado sin tranquera nos detuvo: este era el motivo del camino desdibujado, nadie lo utiliza hace mucho. Con el antecedente de lo ocurrido en Los Altares no nos animamos a pasar igual como otras veces, ya que no teníamos ningún salvoconducto.

Con la nevada inminente decidimos volver a Tres Manantiales donde seguramente al menos tendríamos algo de reparo y con suerte podríamos dormir en algún galpón como la noche anterior.

Llegamos a la estancia casi de noche con un frío de la ostia y lluvia inminente. Por suerte ahora encontramos a Brian,  hijo de uno de los dueños; a su vez, para nuestra suerte Brian es ahijado de nuestro conocido Buty, así que tan pronto lo pusimos en autos de nuestras andanzas por Canquel,  apenas le pedimos permiso para acampar nos ofreció uno de los galpones para alojarnos, cosa que aceptamos al toque.

Como pudimos acomodamos las carpas adentro mientras comenzó a llover copiosamente. En una esquina del galpón había un hogar fogón, así que aprovechamos para prender fuego para calentarnos y de paso cocinar no me acuerdo qué al disco (tal vez eran lentejas), eso sí, regado por buenos vinos.

En la sobremesa por supuesto el tema siguió siendo Pepino a tal punto que surgió la necesidad de releer en voz alta el artículo que había dado lugar a nuestra expedición para recordar los detalles: fue un emotivo momento donde reinaba silencio absoluto mientras Pablo leía la historia completa para todos. Afuera seguí lloviendo y nos acostamos pensando como sería subir la Cuesta de Badosky  con barro. Pero eso sería mañana…

Domingo 14 de Agosto de 2016

EL TRÉBOL DE CRÁTERES DE IMPACTO, ASOMO A NARNIA Y BARRO NOCTURNO PARA HACER DULCE

Amaneció nublado pero había parado de llover, no había nevado. Ahora los planes eran desandar el camino hasta Puesto Barragán y desde allí intentar un borroso enlace a la huella que corría por el este de la meseta del Canquel para arrimarnos a los cráteres de impacto y después de visitarlos, bajar por la estancia La Juanita y salir hacia El Sombrero.

Las dudas de Badosky se disiparon rápidamente porque pese al barrito, la subimos con facilidad; además ahora con la perspectiva desde abajo pudimos apreciar el monumental trabajo de quien la trazó. Una vez arriba desandamos la huella de ayer hasta poco después del desvío a Puesto Barragán y viramos hacia el este por una huella muy poco usada, mientras que el cielo se puso negro y empezaron a caer copos de nieve.

La huella pasaba cerca de la laguna León por lo que no pudimos sustraernos a desviarnos para conocerla, cosa no muy fácil al transitar a campo traviesa. Cruzamos un alambrado (el límite entre La Cascada y Tres Manantiales) y pudimos asomarnos cuando la nevada empezó a arreciar: otro pozo de origen no meteorítico con una gran laguna en su interior y un precario puesto con corrales.  Al sur de la laguna León hay otra sin nombre, más grande y quisimos ir, pero lo difícil del terreno y la nevada aconsejaron no seguir, puesto que pintaba que todo se cubriría de blanco rápidamente dificultando apreciar las filosas piedras del terreno.

Volvimos a la huella que todavía se veía y que por suerte teníamos bien relevada en el GPS por si acaso. La nevada se ponía más intensa lo que hacía interesante la experiencia de navegar un track teórico sin poder siquiera vislumbrar muchos detalles en el terreno. En dos días habíamos tenido todos los climas y la experiencia de la meseta nevada era muy atractiva.

La huella de bypass oeste-este la pudimos seguir bastante  bien y llegamos a la “colectora” este también cubierta de nieve pero más visible que la que dejamos.

Subimos hacia el norte hasta la latitud de los tres cráteres de impacto y de allí, en plena nevada nos dirigimos directamente hacia ellos. La nieve de algunos centímetros de espesor, de algún modo nos aplanó el camino y lentamente fuimos acercándonos a nuestro segundo objetivo del viaje: el trébol de cráteres de impacto.

Le apuntamos al centro del trébol y pronto vimos el primero de los cráteres y nos pareció que era posible bajar por lo que intentamos meternos dentro de él. Encabezados por Elsa (Cuándo no?) empezamos a descender pero el cañadón que elegimos, que de lejos parecía con poca pendiente, ofrecía unas inclinaciones laterales importantes para el suelo cubierto de nieve, lo que nos obligaba a andar con mucho cuidado para no ponernos una chata de gorra.

Muy cerca del fondo, las inclinaciones se pusieron imposibles y la única chance era tirarse de punta pero sin saber si había regreso. Por supuesto que antes que lo comentáramos por radio, Elsa cruzó el punto de no retorno y rápidamente aterrizó en el fondo del cráter. Los demás creímos mejor pegar la vuelta y buscar por donde sacar a Elsa si no podía salir por sus propios medios; una cosa fue decirlo y otra hacerlo, pero con mucho cuidado pudimos salir de la trampa, mientras Elsa recorría el fondo del cráter buscando por donde salir, ya que por donde había entrado no era posible.  Todos pensábamos que ojalá no se encaje en el medio del cráter ya que se iba a quedar a vivir ahí…

Desde arriba, pudimos ver que si bien la pendiente de la batea del cráter era más fuerte que la del cañadón anterior, no tenía riesgo de inclinaciones laterales y felizmente no se veían grandes piedras: el aerolito había dejado todo bastante plano, sólo faltaba saber si el suelo era consistente para trepar. Le informamos a Elsa de la novedad, aceleró a fondo y milagrosamente salió indemne del cráter.

Con la nevada a full, seguimos recorriendo la trilogía de cráteres circulando por la zona central del trébol de  modo que siempre teníamos dos a la vista a ambos lados de las chatas. El menos profundo fue el que Elsa “visitó”, los otros dos eran bastante más hondos y sus accesos mucho más escarpados; ambos tiene una laguna en su interior pero la cerrada nevada no nos dejaba apreciar muy bien el paisaje, aunque le daba un toque especial a la expedición.

Salimos de los tres cráteres por el norte, renegando bastante con el terreno, que se había vuelto muy rocoso y barroso a la vez. Cuando hallamos la “colectora” este del Canquel, buscamos la bajada a la estancia La Juanita, sin saber la sorpresa con la que nos encontraríamos ahí abajo.

La bajada estaba muy bien trazada pero con nieve congelada es bastante peligrosa y nos obligó a espaciarnos bastante para evitar algún golpecito. No obstante estuvimos a punto de tener que pasar por el chapista…

La sorpresa es que La Juanita resultó un oasis con una increíble vegetación y toda nevada, al decir de Diego, recordaba a Narnia y así quedó bautizada.

Casi todos la atravesamos con rumbo a El Sombrero sin cruzar a nadie, lo que nos resultó llamativo por la importancia de las instalaciones; sin embargo los últimos ubicaron al único puestero que estaba en la estancia y que después de reponerse de la sorpresa de nuestra llegada nos informó que no tenía problemas en dejarnos pasar pero que lamentablemente él no tenía llaves de la tranquera por donde debíamos salir. El dueño se había ido por un par de días para evitar la nevada y no le había dejado las llaves, ya que de todos modos no tenía cómo salir. Nos ofreció esperar al día siguiente para avisarle al dueño y autorizarnos a pisar el alambrado pero no lo podía hacer por su cuenta porque peligraba su laburo…

No nos convenció esperar porque de todos modos la alternativa no era segura y nos hacía perder más de un día si no lográbamos el permiso: había que volver a la meseta que por segunda vez nos hizo volver sobre nuestros pasos. Sin proponérnoslo, volveríamos a visitar a nuestro amigo Buty en La Cascada. Parecía mentira que para salir de la meseta del Canquel deberíamos recular todo lo que habíamos recorrido cuando casi estábamos afuera…

La duda era si la subida congelada se dejaría repechar, pero si así fuera volveríamos a La Juanita por el plan B.

Desinflamos las cubiertas por las dudas y la verdad que la subimos sin problemas. La nevada había cesado pero el manto blanco era tan uniforme que la huella por donde habíamos venido casi no se veía. Por suerte teníamos el track grabado y nos fue de inestimable ayuda para no errar el camino.

Si bien no nevaba y estaba nublado, se destacaban unas pesadas nueves negras que venían desde el oeste; no nos preocupamos mucho ya que de última volvíamos a acampar en el resort del Buty…

Lentamente pero sin dificultades, salvo un leve choque entre Pampa 02 y la TLC de Diego Tognetti debido a que me distraje un segundo sacando fotos y el freno sobre el hielo no fue tal.

Frené pero contra el paragolpes de la TLC sin más consecuencias que un faro roto: lo complicado era registrar la dirección para denunciar al seguro jajajajaja.

Las gruesas nubes negras  nos alcanzaron y se largó a llover copiosamente casi cuando llegamos a lo del Buty, que como al principio no nos esperaba ni de casualidad.

Le contamos de nuestro logro de llegar al Puesto Pepino, que omití decir que ni él lo había visitado, y nos ofreció pasar la noche allí, porque había estado lloviendo todo el día y la salida a la RP25 no iba a ser muy sencilla, sobre todo de noche.

La oferta era tentadora pero mucho más era agregarle 100 kilómetros de barro a la travesía, así que imaginarán como continuamos…

Fue muy divertido y con mucha adrenalina pero nos llevó casi seis horas lo que a la ida nos había llevado escasas dos horas. No recuerdo haber manejado tantas horas en el barro y de noche y mucho menos andar tantos kilómetros de costado como caballo de desfile con un par de ruedas en la cuneta del camino. Por otro lado, había que estar muy atento porque numerosos cauces cruzaban los caminos y había que tener cuidado con las cortadas que se generaban. En alguna de ellas, pese a haberla visto, me tuvieron que sacar con malacate…

Cerca de medianoche estábamos en Las Plumas exhaustos y sin alojamiento. Por suerte pudimos comunicarnos con la hostería que habíamos estado a la ida en la Villa Dique Ameghino y el dueño de La Media Luna no dejó escapar alojar más de 10 personas una noche de invierno condenada al establecimiento vacío.

Antes de las dos de la mañana, siempre lloviendo y con la RN25 destruida, llegamos a la hostería, comimos algo como pudimos y nos dimos un merecido descanso.

Veníamos de cumplir todas las misiones que nos habíamos propuesto…

Lunes 15 de Agosto de 2016

COMIENZA EL REGRESO CON PARADA EN DOLAVON

Amaneció todavía lloviendo lo que nos vino bien para que se aflojaran las toneladas de barro que teníamos encima. Desayunamos y comenzamos el largo pero tranquilo regreso a casa, pero faltaba una sorpresa más.

En Dolavon, Hugo que conoce muy bien la zona ya que tiene parientes allí, nos sorprendió con una reserva en un excelente restaurant montado en las instalaciones de un viejo molino harinero, lo cual fue un excelente cierre para otro viaje memorable del grupo.

A partir de allí, sólo quedaron muchos kilómetros de enlace de regreso, con el alma llena.

Los que íbamos para Buenos Aires, paramos a dormir en La Adela

Martes 16 de Agosto de 2016

LARGO REGRESO A CASA

El grupo se empezó a disgregar y con tranquilidad, el martes por la tarde ya estábamos en casa.

Algo más: si toman la RN03 vayan con paciencia, en una curva con amplia visibilidad, decidimos pasar un trencito de camiones que nos traía a la rastra a 60 km/h desde hacía como 50 kilómetros desde Azul. El resultado: nos cominos una multa de tres lucas por pasar en curva…

Hasta la próxima aventura!!!