De trenes y romances
Por Daniela Ayelen Zerega
El abrigo que llevaba puesto, aunque grueso y pesado, no era suficiente para contrarrestar el frío que le helaba las manos en aquel compartimiento de tren. Afuera, la temperatura había descendido tanto, que los vidrios se hallaban cubiertos de escarcha, ocultando detrás de ellos la imagen del nevado paisaje.
Se preguntó si faltaría demasiado para llegar a destino. Le echó una rápida mirada a su pequeño reloj, y le pareció que las agujas se mantenían inmóviles, inmunes al paso del tiempo. Pero éstas se movían, a pesar de que para ella un segundo daba la impresión de durar un siglo. Suspiró profundamente y comenzó a reflexionar, a dejar que las palabras y las imágenes jugaran con los recuerdos dentro de su cabeza, intentando no adormecerse con el suave traqueteo del ferrocarril.
Alguna vez, una voz sabia le había dicho que la vida se asemejaba a un tren y su recorrido…Y estaba en lo cierto. A lo largo de nuestra existencia vamos encontrando paisajes nuevos y dejando atrás, con nostalgia, paisajes viejos; suben a nuestros vagones personas que nos acompañan hasta el final del viaje y otras, que nos abandonan y descienden antes de llegar, para bien o para mal. Cierto es, además, que así como un tren real muchas veces sufre imperfecciones mecánicas o debe soportar los azotes del clima, nuestra vida también se ve a veces atacada, mas si somos lo suficientemente valientes, logramos finalmente convertir esos obstáculos en armas para fortalecernos.
En ocasiones, es nuestro “tren” el que pasa por delante de las personas, pero en muchas otras, somos nosotros quienes nos encontramos persiguiendo trenes de los cuales una vez por alguna razón bajamos, y luego nos dimos cuenta de que haberlo hecho fue un error. Ella misma se había encontrado una vez persiguiendo un tren que avanzaba constantemente, alejándose de su alcance…Un tren que de a ratos aumentaba su velocidad, acelerando, y luego se ralentizaba de nuevo. Pero parecía estar sujeto al horizonte, imposible de alcanzar.
Sin aliento, tras haber andado durante años, decidió resignarse a que jamás alcanzaría el tren maldito, el tren fantasma, el tren del que habíase visto obligada a descender aquella tarde lluviosa y vacía de esperanzas nuevas. Y al dejarlo ir, intentó seguir su rumbo. Pero el recuerdo quemaba en su memoria, y creyó ver trenes similares al que ella secretamente (o quizás, su corazón) anhelaba alcanzar, confundiéndolos. Así vivió, persiguiendo trenes fugitivos, mientras en su mente refulgía ese brillante tren ahora perdido en el que una vez tan cálida se había sentido. Hasta que cierta tarde, y parcialmente oculto por las nubes, lo vislumbró.
Había hallado, entonces, el tren de sus sueños, el tren que tan desesperadamente había buscado. Y debió decidir: arriesgarse a recuperarlo, o dejarlo marchar por última vez. La segunda opción fue súbitamente descartada. Su tren estaba pasando justo frente a sus ojos. Era suyo de nuevo.
Lentamente, la joven regresó a la realidad, y notó que el verdadero tren en el que estaba comenzaba a desacelerar. Unos minutos después, se detenía frente a la vieja estación. Entonces tomó su equipaje, y bajó apresuradamente. Al pisar el desvencijado suelo de madera, miró hacia su derecha. Y allí estaba él…esperándola.
Corrió a su encuentro, y ambos se fundieron en un tierno abrazo.