Hace mucho que vengo amagando con
ir a asomarme al Oeste Pampeano; por una cosa o por la
otra se venía postergando semana a semana, pero el fin
de semana del 27 de febrero se alinearon los planetas y
por fin pudimos ir. Aparte de Atilio, mi fiel copiloto
cuando no salgo con la patrona, se nos acopló otra
chata, una Nissan DC, guiada por Gustavo Girotti
acompañado por su hijo Guido. Ellos nos aportaban el
plus de ser amigos del actual Intendente de La Humada,
de modo que no necesitaríamos llevar carpas, bolsas de
dormir, utensilios de cocina, etc. ya que tendríamos
algo de apoyo en la zona.
El objetivo no era hacer grandes hazañas, si no saber de
que se trataba de investigar con miras a poder hacer
algo más groso alguna otra vez y compartirlo con mis
colegas limados. No siempre uno está a 400 km de
descubrir algo nuevo o diferente.
Salimos de Santa
Rosa al
mediodía del Sábado por la RN 35 hasta Winifreda y de
ahí tomamos la RP 10 hacia el Oeste. A mitad camino
paramos en Telén a comer unas empanadas y una tartas que
formaban parte de la comitiva. La ruta de asfalto está
buena y transcurre entre montes de caldenes y arenales
sin solución de continuidad.
Llegando a Santa
Isabel, donde reaprovisionamos combustible apareció el
Río Salado con varios cauces semisecos que son una
invitación a adentrarse. Este río es el mismo que
recorrimos cuando Bandidos Rurales y también el mismo de
mis peripecias en el barro del Curacó.
De ahí tomamos por la RN 151 hasta Algarrobo del Águila
donde empezamos a andar por el ripio, en principio
cruzando el cauce completamente seco del Atuel, gracias
a los mendocinos que no dejan pasar una gota de agua
hacia el sur. Todos los días en los diarios pampeanos
hay quejas de los productores ribereños que se quejan de
la desertificación impuesta. A lo lejos se empiezan a
recortar las montañas mendocinas mientras trepamos desde
el fondo del río hasta una barda como las del Alto Valle
del Rio Negro, que delimita una enorme planicie con
suave pendiente al oeste. Estamos según el GPS a 400
msnm. La ruta de ripio ancha y en muy buen estado, nos
va metiendo en el desierto y nos deja después de 80 km y
400 m de subida ,en el pintoresco poblado de La Humada.
Durante el trayecto un pobre “piche” o “mulita” se nos
cruzó y lo tuvimos que capturar vaya a saber con que
destino.
La Humada deriva de “ahumada” ya que una laguna
temporaria contigua al pueblo proporcionaba una bruma
que los indígenas confundían con humo y de ahí el
nombre. Apenas llegamos nos recibió el Intendente, don
Juan Pagano, que muy amablemente nos abrió su casa y nos
invitó a comer un chivo por la noche así como se ofreció
a cocinar el “piche” que habíamos capturado. Después de
charlar un rato y contarle para que veníamos, le
ofrecimos que nos acompañe a recorrer la zona y salimos
para Agua de Torres y Agua Escondida, a unos 35 km al
noroeste de La Humada, para aprovechar las últimas horas
de sol. Si uno mira con detenimiento el mapa, verá que
esta zona es un dientecito pampeano adentro de Mendoza,
aunque algunos dicen que es lo que se salvó después que
Mendoza corrió los límites: historias comunes de
fronteras. El paisaje se pone cada vez más pintoresco
porque comienzan a estar cada vez más cerca las primeras
montañas y con ellas los cauces de ríos secos, que
muestran claramente la violencia de sus aguas cuando
llueve. Desafortunadamente para nosotros, la semana
anterior había llovido mucho y estropeado los caminos,
cortándolos, pero la máquina municipal los había
reparado y no teníamos obstáculos que salvar.
Registramos los WP de varios de los cauces porque al
decir del Intendente, buen conocedor de la zona,
podríamos recorrer muchos kilómetros dentro de ellos
siendo seguramente los primeros que lo haríamos. Después
los veríamos en las fotos satelitales confirmándolo.
Llegamos a Agua Escondida, ya en territorio mendocino:
nunca puesto mejor el nombre, ya que es un oasis en el
medio del desierto difícil de imaginar que exista. Es
muy bonito, hay manantiales donde brota agua fresca, hay
un pequeño camping modesto para armar carpas, está a
casi 1100 msnm. Viven aislados del mundo con un micro
que los conecta con Malargue una vez por semana, si no
llueve porque entonces se puede interrumpir el camino.
Gente que hace patria de veras.
Seguimos unos pocos kilómetros hacia el oeste hasta
encontrar el rio Seco, que paradójicamente tenía
bastante agua, fruto de las lluvias de la semana
anterior. Paisaje bellísimo con montañas llenas de
cabras y márgenes cubiertas de cortaderas. Pese a que no
veníamos a hacer locuras nos metimos un poco por el
cauce, que era bastante firme y con pocas piedras.
Hicimos unas cuantas pasadas para despuntar el vicio y
sacar alguna linda foto hasta que conseguí mojar todos
los cables del distribuidor de la Vitara y tener que
renegar para tratar de que no ratee, lo que no solo no
pude conseguir sino que encima se desoldó uno de los
terminales de conexión a las bujías mientras sacaba los
cables para secarlos lo que implicó volver en tres
cilindros hasta La Humada. Así y todo, al regreso nos
desviamos hasta otro manantial, Agua de Torres, donde el
anochecer nos sorprendió con una sinfonía de colores
espectacular, mientras el camino convertido en un pesado
arenal hacía que la Vitara tuviera que luchar con sus
tres cilindros operativos roncando como algunos
personajes que estuvieron en Pueblo Escondido,
descriptos con precisión en otro post.
Vuelta a la noche en La Humada, mientras secaba y
reparaba los cables de bujía con mi habitual arsenal de
herramientas, la esposa de Juan Pagano asaba un chivito
y el pobre “piche” que cayó en nuestras garras se
cocinaba al rescoldo. Durante la cena, que compartimos
con su simpática familia, nos propusieron ir a cazar
vizcachas a la noche, a lo que accedimos rápidamente por
la curiosidad y de paso hacíamos una “nocturna” por el
campo. Así que después de darle duro al chivo, al
“piche” (yo nunca había comido y debo decir que es
riquísimo) y por supuesto al vino, como a medianoche nos
fuimos todos en la Nissan con el yerno de Juan (a) El
Pollo, a buscar vizcachas. A las tres de la mañana
regresamos con unas pocas, fruto de la escasa puntería
de los que decían que sabían tirar, es decir Atilio y
Gustavo. Nunca había participado de una cacería de este
tipo, rondando las vizcacheras con un reflector y fue
divertido, no sólo por el hecho de cazar sino por las
cargadas a los tiradores cada vez que pifiaban.
Obviamente las limpiamos y nos las trajimos para
pasarlas por las armas culinarias. Impresionante la
cantidad que vimos pese a que la hora no era la mejor,
ya que según los que saben hay que ir apenas anochece.
Nos acomodamos a dormir en la Municipalidad y dado que
refresca mucho por la noche dormimos como los dioses.
Por la mañana, desayuno, reposición de combustible (hay
estación de servicio) y salida ahora hacia el sur para
tratar de encontrar otro extraño paraje: Chos Malal (no
el de Neuquen). La RP 27 nos lleva derecho hacia el sur
pero al llegar al cruce de la RP 14 no sabemos cual
camino seguir, así que con el GPS, la notebook y las
fotos satelitales nos inventamos un track y nos largamos
a seguirlo sin preguntarle a nadie, ya que no había
nadie a quien preguntarle.
Varias veces en el monte las huellas se multiplicaban,
pero el GPS nos indicaba cual seguir hasta que al final
llegamos a Chos Malal pero no por el camino principal.
Chos Malal es un páramo pintoresco, solitario con un
albergue escolar donde se les da de comer a los chicos
de los puestos de no sé cuantos kilómetros a la redonda
con un esfuerzo sobrehumano de los encargados: ni
siquiera hay una radio para comunicarse con alguien en
forma permanente. Según nos cuentan en los alrededores
hay varios lugares donde se pueden encontrar restos
arqueológicos como flechas y utensilios que usaron los
indígenas.
Multitud de senderos salen para todos lados e invitan a
investigar, pero ya es el mediodía y tenemos mucho por
delante. Salimos por el supuesto camino principal y
volvemos a la RP 14 y nos dirigimos hacia el este; la
ruta está muy buena y la única molestia es abrir y
cerrar tranqueras mientras sólo vemos avestruces y
tropillas de caballos salvajes: humanos ni vestigios
durante todo el recorrido. Al llegar al final de la
meseta esperábamos tener problemas con el camino por la
erosión de las lluvias de los últimos días, que de nuevo
por desgracia alguien había reparado. Llegamos a la RN
151 y ahí decidimos seguir por la RP 14 que si bien en
varios mapas no existía tenía la tentación de lo
desconocido. Abrimos una tranquera y avanzamos por lo
que sería un cortafuego sin vestigios de ruta; a lo
lejos se interponía una barda que parecía una península
en el medio de la planicie que suponíamos nos traería
algo de acción: al llegar a ella subimos un poco y la
huella comenzó a rodearla atravesando fuertes cañadones
erosionados que parecían difíciles, pero no lo fueron.
Sin duda que más cerca de una lluvia hubiéramos renegado
bastante. Por las dudas fijamos el Go To del GPS a Paso
de los Algarrobos para tener idea de adonde íbamos.
Después de Punta La Barda (nos enteramos después que la
habían bautizado) empezamos a recorrer lo que es el
ancho cauce hoy seco del Atuel, una especie de delta
mediterráneo en el medio de la nada, con salitrales y
arenales por doquier. Esto también sería interesante con
agua del río o con lluvia. Pasamos alguna zozobra en un
arenal de casi 1 km que no terminaba nunca que daba la
sensación que nos encajaríamos en cualquier momento pero
zafamos bien después de andar en segunda baja a fondo
con las gomas sin desinflar. Finalmente llegamos a Paso
de los Algarrobos, que para nuestra sorpresa no era un
pueblo como indicaban los mapas y los datos del GPS sino
un precario almacén de campo multirrubro en un cruce de
rutas; como teníamos tiempo nos dirigimos hacia el sur a
la Estancia La Primavera, que un conocido nuestro había
comprado recientemente, para ver de que se trataba. La
encontramos de nuevo con el GPS en el medio de la nada
pareciendo increíble que alguien compre y explote un
campo en esa zona tan inhóspita. Estuvimos con el
puestero, que tenía un cachorro de jabalí atado como si
fuera una mascota, nos tomamos unos mates y emprendimos
el regreso primero a Paso de los Algarrobos, donde
previa parada para liquidar unas cervezas, retomamos la
RP14 hacia Santa
Rosa, la cual
primero discurre en pesados arenales y luego se hace de
asfalto a partir de Jaguel del Monte.
En resumen, una vuelta muy interesante que disfrutamos
con los amigos viejos como Gustavo y Atilio y los nuevos
como Juan Pagano, que sin duda permite avizorar
aventuras de las que nos gustan especialmente en la zona
de La Humada: los cauces secos, visibles en las fotos
satelitales son una invitación a la aventura del tipo a
la que vivimos en Bandidos Rurales. Creo que combinando
esta zona con un recorrido por La Payunia puede
justificar hacer muchos kilómetros un fin de semana
largo. Por lo pronto a través del Intendente voy a
averiguar si los tracks que voy a inventar sobre las
fotos satelitales son posibles y de ser así volver a
disfrutar de estas soledades infinitas. Si alguno se
anima a planear algo soy materia dispuesta.
Algunas fotos en:
http://www.flickr.com/photos/srzerega/sets/72157601896895184/
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