MensajePublicado: Dom Mar 27, 2005 6:00 pm    Asunto: OESTE PAMPEANO Responder citando

Hace mucho que vengo amagando con ir a asomarme al Oeste Pampeano; por una cosa o por la otra se venía postergando semana a semana, pero el fin de semana del 27 de febrero se alinearon los planetas y por fin pudimos ir. Aparte de Atilio, mi fiel copiloto cuando no salgo con la patrona, se nos acopló otra chata, una Nissan DC, guiada por Gustavo Girotti acompañado por su hijo Guido. Ellos nos aportaban el plus de ser amigos del actual Intendente de La Humada, de modo que no necesitaríamos llevar carpas, bolsas de dormir, utensilios de cocina, etc. ya que tendríamos algo de apoyo en la zona.

El objetivo no era hacer grandes hazañas, si no saber de que se trataba de investigar con miras a poder hacer algo más groso alguna otra vez y compartirlo con mis colegas limados. No siempre uno está a 400 km de descubrir algo nuevo o diferente.

Salimos de Santa Rosa al mediodía del Sábado por la RN 35 hasta Winifreda y de ahí tomamos la RP 10 hacia el Oeste. A mitad camino paramos en Telén a comer unas empanadas y una tartas que formaban parte de la comitiva. La ruta de asfalto está buena y transcurre entre montes de caldenes y arenales sin solución de continuidad.


Llegando a Santa Isabel, donde reaprovisionamos combustible apareció el Río Salado con varios cauces semisecos que son una invitación a adentrarse. Este río es el mismo que recorrimos cuando Bandidos Rurales y también el mismo de mis peripecias en el barro del Curacó.
De ahí tomamos por la RN 151 hasta Algarrobo del Águila donde empezamos a andar por el ripio, en principio cruzando el cauce completamente seco del Atuel, gracias a los mendocinos que no dejan pasar una gota de agua hacia el sur. Todos los días en los diarios pampeanos hay quejas de los productores ribereños que se quejan de la desertificación impuesta. A lo lejos se empiezan a recortar las montañas mendocinas mientras trepamos desde el fondo del río hasta una barda como las del Alto Valle del Rio Negro, que delimita una enorme planicie con suave pendiente al oeste. Estamos según el GPS a 400 msnm. La ruta de ripio ancha y en muy buen estado, nos va metiendo en el desierto y nos deja después de 80 km y 400 m de subida ,en el pintoresco poblado de La Humada. Durante el trayecto un pobre “piche” o “mulita” se nos cruzó y lo tuvimos que capturar vaya a saber con que destino.
La Humada deriva de “ahumada” ya que una laguna temporaria contigua al pueblo proporcionaba una bruma que los indígenas confundían con humo y de ahí el nombre. Apenas llegamos nos recibió el Intendente, don Juan Pagano, que muy amablemente nos abrió su casa y nos invitó a comer un chivo por la noche así como se ofreció a cocinar el “piche” que habíamos capturado. Después de charlar un rato y contarle para que veníamos, le ofrecimos que nos acompañe a recorrer la zona y salimos para Agua de Torres y Agua Escondida, a unos 35 km al noroeste de La Humada, para aprovechar las últimas horas de sol. Si uno mira con detenimiento el mapa, verá que esta zona es un dientecito pampeano adentro de Mendoza, aunque algunos dicen que es lo que se salvó después que Mendoza corrió los límites: historias comunes de fronteras. El paisaje se pone cada vez más pintoresco porque comienzan a estar cada vez más cerca las primeras montañas y con ellas los cauces de ríos secos, que muestran claramente la violencia de sus aguas cuando llueve. Desafortunadamente para nosotros, la semana anterior había llovido mucho y estropeado los caminos, cortándolos, pero la máquina municipal los había reparado y no teníamos obstáculos que salvar. Registramos los WP de varios de los cauces porque al decir del Intendente, buen conocedor de la zona, podríamos recorrer muchos kilómetros dentro de ellos siendo seguramente los primeros que lo haríamos. Después los veríamos en las fotos satelitales confirmándolo. Llegamos a Agua Escondida, ya en territorio mendocino: nunca puesto mejor el nombre, ya que es un oasis en el medio del desierto difícil de imaginar que exista. Es muy bonito, hay manantiales donde brota agua fresca, hay un pequeño camping modesto para armar carpas, está a casi 1100 msnm. Viven aislados del mundo con un micro que los conecta con Malargue una vez por semana, si no llueve porque entonces se puede interrumpir el camino. Gente que hace patria de veras.
Seguimos unos pocos kilómetros hacia el oeste hasta encontrar el rio Seco, que paradójicamente tenía bastante agua, fruto de las lluvias de la semana anterior. Paisaje bellísimo con montañas llenas de cabras y márgenes cubiertas de cortaderas. Pese a que no veníamos a hacer locuras nos metimos un poco por el cauce, que era bastante firme y con pocas piedras. Hicimos unas cuantas pasadas para despuntar el vicio y sacar alguna linda foto hasta que conseguí mojar todos los cables del distribuidor de la Vitara y tener que renegar para tratar de que no ratee, lo que no solo no pude conseguir sino que encima se desoldó uno de los terminales de conexión a las bujías mientras sacaba los cables para secarlos lo que implicó volver en tres cilindros hasta La Humada. Así y todo, al regreso nos desviamos hasta otro manantial, Agua de Torres, donde el anochecer nos sorprendió con una sinfonía de colores espectacular, mientras el camino convertido en un pesado arenal hacía que la Vitara tuviera que luchar con sus tres cilindros operativos roncando como algunos personajes que estuvieron en Pueblo Escondido, descriptos con precisión en otro post.

Vuelta a la noche en La Humada, mientras secaba y reparaba los cables de bujía con mi habitual arsenal de herramientas, la esposa de Juan Pagano asaba un chivito y el pobre “piche” que cayó en nuestras garras se cocinaba al rescoldo. Durante la cena, que compartimos con su simpática familia, nos propusieron ir a cazar vizcachas a la noche, a lo que accedimos rápidamente por la curiosidad y de paso hacíamos una “nocturna” por el campo. Así que después de darle duro al chivo, al “piche” (yo nunca había comido y debo decir que es riquísimo) y por supuesto al vino, como a medianoche nos fuimos todos en la Nissan con el yerno de Juan (a) El Pollo, a buscar vizcachas. A las tres de la mañana regresamos con unas pocas, fruto de la escasa puntería de los que decían que sabían tirar, es decir Atilio y Gustavo. Nunca había participado de una cacería de este tipo, rondando las vizcacheras con un reflector y fue divertido, no sólo por el hecho de cazar sino por las cargadas a los tiradores cada vez que pifiaban. Obviamente las limpiamos y nos las trajimos para pasarlas por las armas culinarias. Impresionante la cantidad que vimos pese a que la hora no era la mejor, ya que según los que saben hay que ir apenas anochece.

Nos acomodamos a dormir en la Municipalidad y dado que refresca mucho por la noche dormimos como los dioses. Por la mañana, desayuno, reposición de combustible (hay estación de servicio) y salida ahora hacia el sur para tratar de encontrar otro extraño paraje: Chos Malal (no el de Neuquen). La RP 27 nos lleva derecho hacia el sur pero al llegar al cruce de la RP 14 no sabemos cual camino seguir, así que con el GPS, la notebook y las fotos satelitales nos inventamos un track y nos largamos a seguirlo sin preguntarle a nadie, ya que no había nadie a quien preguntarle.
Varias veces en el monte las huellas se multiplicaban, pero el GPS nos indicaba cual seguir hasta que al final llegamos a Chos Malal pero no por el camino principal. Chos Malal es un páramo pintoresco, solitario con un albergue escolar donde se les da de comer a los chicos de los puestos de no sé cuantos kilómetros a la redonda con un esfuerzo sobrehumano de los encargados: ni siquiera hay una radio para comunicarse con alguien en forma permanente. Según nos cuentan en los alrededores hay varios lugares donde se pueden encontrar restos arqueológicos como flechas y utensilios que usaron los indígenas.

Multitud de senderos salen para todos lados e invitan a investigar, pero ya es el mediodía y tenemos mucho por delante. Salimos por el supuesto camino principal y volvemos a la RP 14 y nos dirigimos hacia el este; la ruta está muy buena y la única molestia es abrir y cerrar tranqueras mientras sólo vemos avestruces y tropillas de caballos salvajes: humanos ni vestigios durante todo el recorrido. Al llegar al final de la meseta esperábamos tener problemas con el camino por la erosión de las lluvias de los últimos días, que de nuevo por desgracia alguien había reparado. Llegamos a la RN 151 y ahí decidimos seguir por la RP 14 que si bien en varios mapas no existía tenía la tentación de lo desconocido. Abrimos una tranquera y avanzamos por lo que sería un cortafuego sin vestigios de ruta; a lo lejos se interponía una barda que parecía una península en el medio de la planicie que suponíamos nos traería algo de acción: al llegar a ella subimos un poco y la huella comenzó a rodearla atravesando fuertes cañadones erosionados que parecían difíciles, pero no lo fueron. Sin duda que más cerca de una lluvia hubiéramos renegado bastante. Por las dudas fijamos el Go To del GPS a Paso de los Algarrobos para tener idea de adonde íbamos. Después de Punta La Barda (nos enteramos después que la habían bautizado) empezamos a recorrer lo que es el ancho cauce hoy seco del Atuel, una especie de delta mediterráneo en el medio de la nada, con salitrales y arenales por doquier. Esto también sería interesante con agua del río o con lluvia. Pasamos alguna zozobra en un arenal de casi 1 km que no terminaba nunca que daba la sensación que nos encajaríamos en cualquier momento pero zafamos bien después de andar en segunda baja a fondo con las gomas sin desinflar. Finalmente llegamos a Paso de los Algarrobos, que para nuestra sorpresa no era un pueblo como indicaban los mapas y los datos del GPS sino un precario almacén de campo multirrubro en un cruce de rutas; como teníamos tiempo nos dirigimos hacia el sur a la Estancia La Primavera, que un conocido nuestro había comprado recientemente, para ver de que se trataba. La encontramos de nuevo con el GPS en el medio de la nada pareciendo increíble que alguien compre y explote un campo en esa zona tan inhóspita. Estuvimos con el puestero, que tenía un cachorro de jabalí atado como si fuera una mascota, nos tomamos unos mates y emprendimos el regreso primero a Paso de los Algarrobos, donde previa parada para liquidar unas cervezas, retomamos la RP14 hacia Santa Rosa, la cual primero discurre en pesados arenales y luego se hace de asfalto a partir de Jaguel del Monte.
En resumen, una vuelta muy interesante que disfrutamos con los amigos viejos como Gustavo y Atilio y los nuevos como Juan Pagano, que sin duda permite avizorar aventuras de las que nos gustan especialmente en la zona de La Humada: los cauces secos, visibles en las fotos satelitales son una invitación a la aventura del tipo a la que vivimos en Bandidos Rurales. Creo que combinando esta zona con un recorrido por La Payunia puede justificar hacer muchos kilómetros un fin de semana largo. Por lo pronto a través del Intendente voy a averiguar si los tracks que voy a inventar sobre las fotos satelitales son posibles y de ser así volver a disfrutar de estas soledades infinitas. Si alguno se anima a planear algo soy materia dispuesta.
Very Happy Very Happy

Algunas fotos en:
http://www.flickr.com/photos/srzerega/sets/72157601896895184/
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