Pasaron largos siete meses de lluvias y de problemas de coordinación entre los aventureros del Samborombón. El último mes, por las lluvias de cada fin de semana, postergamos sucesivamente cada semana la nueva incursión así que cuando el martes pasado dejó de llover nos juramos ir cueste lo que cueste. Solamente faltó mi hijo Pablo que está ocupado con sus exámenes en la universidad pero en su lugar Elsa trajo dos nuevos incautos, Hugo y el Tío Alberto. El día de la Primavera lo festejaríamos en el río, diría que adentro el río.
El equipo para este tramo se compuso entonces con Matías, Enrique, Elsa, Raúl, Fabio, Federico, Alberto, Hugo y yo. Nueve en total, el tramo más numeroso hasta ahora.
Nos autoconvocamos a las 9:30 en el casco de la estancia Loma Alta, dónde ya habíamos gestionado el respectivo permiso de ingreso con uno de los puesteros, Matías Escaray.
Problemas varios hicieron que finalmente pudiéramos salir poco antes de las 11:00 a nuestro ambicioso recorrido desde Corral de Indio hasta la Estancia San Leopoldo, para el cual me había alertado Matías Escaray que no íbamos a poder lograr por el desborde del río. Si bien vimos bastante agua en las zanjas y en los campos, lo seco que estaban los caminos de tierra nos hicieron pensar: “Éste no sabe con quien está tratando. Nosotros pasaremos igual….”
Dejamos los vehículos en la tranquera de acceso al casco de Loma Alta y comenzamos a desandar el camino que habíamos hecho siete meses atrás rumbo a Corral del Indio. Salvo el primer par de kilómetros hasta un tanque australiano, el resto ya empezó mal: era como pedalear sobre una esponja, sólo facilitado porque los pastos no estaban tan altos como la vez pasada. E truco de usar los caminitos de herradura no era viable porque estaban embarrados, había que pedalear por el pasto. Empezamos a creer la versión del puestero.
Al llegar al río la sorpresa fue total porque lo encontramos con más de dos metros sobre el nivel conocido y habitual. Al buscar las estructuras de hormigón del “puente” de Corral del Indio sólo encontramos el punto por el waypoint del GPS y confirmada por una llamativa turbulencia que debía ser la baranda donde nos tomamos la foto grupal sobre el puente. Nos empezó a quedar claro que no sería fácil la tarea porque siempre en algún lugar la barranca se desvanece y entonces la inundación nos iba a frenar.
Del lado de enfrente hay un camino que sigue al río por varios kilómetros pero no obstante, no había mucho para elegir: el río no se podía cruzar y no quedaba que otra que bordear por el sur hasta donde se pueda, a riesgo de toparnos con una laguna impasable.
Por suerte los primeros kilómetros la barranca era bastante alta y el río no la superaba aunque por la humedad del terreno era probable que la semana pasada había sido así. Ya a esa altura todos habíamos puesto el plato chico chico y el piñón grande y no lo volveríamos a cambiar.
El suelo estaba o blando o levemente inundado y era una tortura pedalear, pero sarna con gusto no pica y lentamente avanzamos hasta llegar hasta la “Isla Grande”, donde enfrente había gente acampando. Un primer afluente nos desvió bastante del cauce pero logramos esquivarlo sin mojarnos casi nada y seguimos avanzando a paso de tortuga. Algún que otro alambrado hasta que entramos en una especie de istmo entre el río y una laguna que nos daba mala espina, ya que por algún lado debía desagotar. Además se venía encima una tormenta espectacular.
Finalmente la laguna nos encerró y el desagüe apareció: era un canal de unos seis u ocho metros de ancho que lucía bastante profundo. Valía la pena cruzarlo porque parecía que se podía seguir, así que Matías hizo punta y con el agua casi a la cintura cruzó y se quedó a esperarnos del otro lado. Nadie reculó y ya sea “andando" o con las bicis al hombro fuimos pasando de a uno para quedar bien mojados como para no echarle toda la culpa a la eventual lluvia que se venía.
Después del cruce del canal, seguimos unos kilómetros más pero ante nosotros ó se había acercado el río de la Plata ó el cauce estaba increíblemente desbordado. Imaginen la respuesta: el puestero tenía razón, podíamos cruzar un canal pero no una laguna de varios kilómetros de diámetro sin saber lo que había debajo. Hasta donde se perdía la vista en la dirección del cauce un inmenso mar de agua dulce se enfrentaba a nosotros.
Y ahora? Bueno, soldado que huye sirve para otra guerra: hacia la derecha la laguna tendría unos 500 metros de ancho y se adivinaban algunos pastizales así que en vez de volver decidimos cruzarla por ahí; una vez en la otra orilla, más altos decidiríamos que hacer. Llevábamos apenas 6,5 kilómetros de río y San Leopoldo estaba todavía a 8 kilómetros en línea recta.
Tortuosamente cruzamos la laguna prácticamente pedaleando porque el fondo era bastante duro pero empezamos a quedar de cama, cansados y por supuestoe mpapados. Desde allí se apreciaba mejor el panorama y nos dimos cuenta que bordear el río era ilusorio: sólo podríamos bordear la inmensa laguna a más de dos o tres kilómetros del cauce y a paso de hombre, lo que desvirtuaba el objeto de la travesía además de que seguro no íbamos a poder aguantar otros diez kilómetros así más el regreso a las chatas, en el supuesto que fuera fácil y no hubiera insospechadas complicaciones.
Después del cruce de la laguna, ya eran más de las 14:00 y en tres horas habíamos hecho apenas 14 kilómetros.Decidimos emprender la retirada hacia las chatas a campo traviesa, sin saber lo que nos esperaba todavía.
Bordeamos la laguna dejándola a la izquierda por una especie de playa, pasando frente a un puesto denominado El Rosario con rumbo directo a Loma Alta pero poco más adelante otra vez la caprichosa forma de la laguna nos atrapó y no quedó otro remedio que volver a cruzarla, ahora con un poco más de agua y con casi un kilómetro de extensión. Salvo Matías, nadie pudo cruzarla pedaleando ya que a esa altura el cansancio hacía estragos. Pero a fuerza de ganas y de que no quedaba otra, la cruzamos.
El monte que alberga Loma Alta estaba a la vista, a unos tres kilómetros pero el terreno y los alambrados eléctricos no nos la hicieron fácil. Si no estaba anegado, estaba embarrado y así a duras penas conseguimos volver a la huella de donde partimos. En uno de los boyeros, que estaba colocado bien por encima del alambrado, Arne lo rozó con la bici, bajo el alambre electrificado y también lo rozó a mi hermano. Diría que con la patada cargaron las pilas….
Así completamos apenas 23 kilómetros de recorrido con sólo 6.5 kilómetros de río después de 4,5 horas de pedaleo y mojaduras. La recuperación no se hizo esperar con el almuerzo, merienda y casi cena por medio del infaltable disco de arado con el que terminamos cada travesía. Lo llenamos de un potpurrí de carne de cerdo, pollo, churrasquitos, hamburguesas, cebollas, huevos , etc. y nos comimos hasta lo que no había, regado con un poco de tinto, lo suficiente para disfrutarlo y no tener problemas en la ruta. Era merecido por el esfuerzo.
En definitiva, casi oscureciendo nos despedimos y quedamos en volver para realizar el nuevo tramo 12, que no será más que lo que nos quedó pendiente del proyectado tramo 11 original, pero habrá que esperar que bajen las aguas…
A propósito, durante la comida nos preguntamos que sería de los caños de Vergara en esta inundación así que algunos nos preguntamos si se podría vadearlo con las chatas.
Elsa y sus secuaces salieron primero de Loma Alta y picaron en punta, después salimos en trencito Federico, Fabio y yo para respaldar a Federico que andaba solo con un auto de bajo calado.
Al llegar a la RP20 nos dispersamos y yo decidí ir a saciar la curiosidad de ver los “caños”. Cuando me falta poco para llegar veo otro vehículo y quien era? Elsa, por supuesto, que estaba convenciendo a Enrique de ponerse los cortos para catear el camino, que ya estaba inundado a 600 metros del puente de caños. A toda costa quería meterse y costó bastante convencerla que era una locura embocar un puente sumergido más de un metro en el medio de una laguna. Enrique me agradeció la gestión de convencimiento profundamente porque ya estaba al horno.
Ya en casa, superponiendo el nuevo track con uno viejo de cuando crucé el puente en épocas normales, me confirmó lo que suponía: había por lo menos un metro de agua sobre el hormigón del puente, que además es angosto y sin barandas…
La intención era volver apenas las aguas bajen (según nuestro amigo el puestero, llevaría casi un mes si no volvía a llover). Hoy es Diciembre y todavía por las sucesivas lluvias todavía no pudimos volver, así que la próxima será en el verano, donde a falta de agua, nos derretiremos por el calor. Pero seguir vamos a seguir: falta tan poco para ver el Río de la Plata...
Pampa
Diciembre 2013