LA MESETA DE LA MUERTE, NUEVO INTENTO
25 de Octubre al 02 de Noviembre de 2014
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JUEVES 30 DE OCTUBRE:
FINALMENTE, EL LAGO CABRAL, EN LA MESETA DE LA MUERTE
ESTANCIA RINCÓN DE LOS TOROS - MESETA DE SAN ADOLFO - ESTANCIA ALTAVISTA - RP31 - ESTANCIA LA BERNARDA - ESTANCIA 12 DE ABRIL (PUESTO LA TOTORA) - RIO TAR - MESETA DEL CARDIEL CHICO - LAGO CABRAL - RIO TAR
A la mañana siguiente, después del opíparo desayuno, doy cuenta de una gran pérdida: mi clásico gorro Adidas violeta había desaparecido: al levantarme a hacer mis necesidades durante la noche para lo cual salí con el gorro puesto parece que se me cayó, no me dí cuenta y seguramente el viento se lo llevó. No hubo forma de encontrarlo así que aquí quedó, en un lugar que se lo merecía. A partir de ahora me verán con el discreto color naranja que tenía como muletto.
La inspección del vado fue negativa: si bien el nivel había bajado unos centimetros respecto de la tarde, igual era temerario largarse. Evidentemente le habíamos pifiado a la época del año por el caudal de los ríos.
Teníamos todavía una oportunidad de llegar a la Meseta de la Muerte por la ruta abierta el año pasado por el río Tar, que nos evitaba los vadeos caudalosos y eso decidimos hacer.
Para ello debíamos encontrar la salida por la borrosa huella al lago San Martín a través de la estancias San Adolfo y Altavista, que nuestro amigo de Dos Hermanos nos había dicho que sería difícil de encontrar. Nada nuevo para nosotros en este viaje.
Pero pese a que el inicio no era visible, la encontramos e iniciamos la tortuosa travesía a no más de 5 km/h. La senda desaparecía con frecuencia y sólo nos guiábamos por tracks dibujados completamente imaginados y por alguna viejas pircas que habrá usado el maquinista como referencia que la marcó muchísimas décadas atrás. Buscando por donde avanzar no nos dimos cuenta que nos envolvió una terrible tormenta que derivó en una consistente nevisca o garrotillo que puso todo bastante blanco en minutos. La temperatura se estabilizó alrededor de 0°C siempre con fuerte viento.
Igual la temperatura por allí arriba en esta época siempre debe ser baja ya que las múltiples lagunas que encontramos estaban total o parcialmente congeladas. Una de ellas hasta parecía tener el oleaje congelado…
Ya más cerca de la estancia San Adolfo la huella se hizo visible y levantamos el ritmo mientras disfrutábamos de la vista aérea del lago Tar, el enigmático cerro Kach Aike y parte del lago San Martín. No nos desviamos a esa estancia para tratar de ganar tiempo pero si nos metimos en Altavista, muy cercana a la RP31 por si la tranquera de salida tuviese candado.
Grande fue la sorpresa al encontrarla también completamente abandonada ya que el año pasado el aspecto desde la ruta era que tenía actividad. Hasta recordaba haber visto un camión con la leyenda “Estancia Altavista”.
La cuestión que este enorme establecimiento estaba más abandonado y destruido que los anteriores. A juzgar por los almanaques que encontramos el abandono databa desde el 2006 por lo menos, aunque sospechamos que en realidad debió ser mucho antes.
Además de las edificaciones derruidas, llamaba la atención que los árboles, muy frondosos, estaban casi todos secos, posiblemente porque vivían a costa del riego de los habitantes de antaño. Un verdadera tristeza te envuelve al imaginar todo esto en épocas de bonanza y actividad y contemplar su estado actual.
Salimos a la RP31, cruzamos el puente del río Tar y le pusimos la proa al norte a la otra estancia abandonada que visitamos el año pasado, la 12 de Abril, desde donde le apuntaríamos al lago Cabral o Cardiel Chico, en el borde de la ansiada Meseta de la Muerte. En el camino nos desviamos a La Bernarda, que sabíamos en actividad, para ver si podíamos tener algún dato útil.
Allí nos atendió el puestero, Don Hugo Pinilla, quien nos dijo que nadie había ido en vehículo al lago Cabral porque la zona estaba llena de mogotales difíciles de transitar, aún a caballo. No sabíamos lo que era un mogote pero ya lo sabríamos de memoria en poco tiempo.
La huella llegaba hasta la 12 de Abril, que según él se llamaba en realidad La Totora. Ni idea del nombre 12 de Abril que figura en los viejos mapas del IGM.
Sin dificultad alcanzamos el fin de la huella y desde allí siguiendo el track del viaje anterior a la confluencia 49°S 72°O, fuimos relojeando donde vadear el río para encarar la subida por la huellita que se veía claramente en Nokia Here.
Conseguimos cruzar el río enseguida después de un par de intentos y empezamos a subir guiados por Pablo y su quimérica huella al lago Cabral, antesala de la ansiada Meseta de la Muerte. La muerte por ahora era el piso de la “huella” de Pablo que nunca aparecía pero que nos hacía saltar como una coctelera a escasos 5 km/h. Nunca saltamos tanto andando a tan baja velocidad y eso que ya tenemos unos años de Patagonia inhóspita. Igual lentamente, muy lentamente íbamos subiendo sin más dificultad que lo desparejo del piso. La distancia al lago se achicaba tan despacio que parecía que no íbamos a llegar nunca.
El único indicio de la famosa huella fue una pirca en el borde de la meseta que indicaba el final de la subida, pero nunca pudimos ver un solo vestigio en esos primeros tortuosos 5 km de ascenso.
Pero no fue lo peor. Cuando estábamos a sólo 3 km del lago, ya sobre la meseta de lago Cardiel Chico la cosa se puso cada vez más tortuosa, a tal punto que el primer kilómetro nos había desanimado tanto que evaluamos dejar las chatas ahí e ir caminando los dos kilómetros que faltaban. No lo hicimos porque al bajarnos para ir caminando, el viento y el frío eran terribles también. Estábamos en el baile y no quedaba otro remedio que bailar, aunque creo que en este momento más de uno se habrá preguntado que estábamos haciendo por acá.
Seguimos, lentamente pero ansiosos, porque después de las dudas, habíamos renovado las ganas de conocer el lago Cabral y de allí por lo menos tener una buena perspectiva de la meseta de la Muerte, que se nos venía haciendo la esquiva obligando a infinitos rodeos para acometerla.
Increíblemente, en estas soledades apareció un alambrado, completamente tumbado pero que alguien alguna vez lo construyó, confirmando que en estos tiempos modernos nunca seremos los primeros en descubrir nada. Y así después de una hondonada, se apareció ante nuestros ojos el lago Cabral.
En lo personal sentí una gran emoción compartida plenamente con Pablo, ya que hace años que veníamos planeando este encuentro con la naturaleza, mirando fotos satelitales hasta quemarnos las pestañas buscando la forma de llegar a él. Una de las tanta variantes había dado resultado !!
El sufrimiento por el torturante recorrido fue rápidamente remplazado por la alegría del logro que el grupo había conseguido y el lago nos devolvía una sucesión de imágenes de su superficie de distintos colores generados por el incesante paso de las nubes que filtraban la luz solar haciendo pasar de un gris oscuro a unos verdes esmeralda increíbles.
Estábamos en una especie de atalaya en la margen sur, bastante altos, lo que nos permitía por fin una perspectiva de nuestro gran objetivo, la Meseta de la Muerte que a lo lejos se veía como una acogedora y desafiante planicie.
Hicimos unas cuentas con los tiempos y con todo el dolor del alma decidimos no avanzar, ya que si los ritmos se repetían avanzar y retroceder unos treinta kilómetros nos hubieran llevado un par de días más y comprometíamos el regreso. Siempre hay que dejar algo para la próxima, al fin y al cabo ahora conocíamos la puerta de entrada por si los ríos no nos dejaban pasar.
En la secuencias siguientes vean como la iluminación natural cambiante debido a las nubes de tormenta que el viento arrastraba a toda velocidad, cambiaba el color del lago en los pocos minutos que estuvimos allí. espectáculo que solo la Patagonia puede brindar. Las fotos no están editadas, tienen los colores originales.
La duda era si volvíamos sobre nuestros pasos o intentábamos otra variante. Teníamos dos, bajar por la estancia Cerro Colorado, de pronóstico parecido ya que implicaba transitar bastante por terreno parecido al que sufrimos o bien largarnos por un valle que desembocaba en la confluencia del año pasado, que implicaba hacerlo por mallines y cauces de arroyos temporarios desconocidos. Elegimos lo segundo para por lo menos renegar con desafíos desconocidos. Volver hacia atrás siempre sería opción, indeseada, pero opción al fin.
El inicio no fue muy prometedor ya al bordear una pequeña laguna el piso era aún más malo que el anterior. La cosa empezó a cambiar al comenzar el descenso donde los primeros mallines estaban congelados aún y nos hacían sentir como en una autopista. Por un buen rato circulamos a un ritmo decente hasta que los mallines se comenzaron a convertir en hilos de agua y empezaron los vadeos de esos pequeños zanjones que te hacen renegar como si vadearas el mar mismo. El ritmo se redujo ya que más de una vez nos tuvimos que ir rescatando de las sucesivas encajadas. Se veía venir que tendríamos que dormir en algún lugar de este solitario cañadón que aloja un afluente del río Tar.
En muchas casos el serpenteo de los hilos de agua, cada vez con más caudal ocupaban todo el ancho del valle con sus meandros y nos obligaban a subirnos por empinadas pendientes para sortearlos.
Lentamente descendíamos pero también descendía la luz, lo que magnificaba las dificultades y las posibilidades de cometer algún error innecesario. Ya casi a oscuras detenernos fue una obligación, ya que los golpes en los bajos que habíamos evitado cuidadosamente ahora eran moneda corriente y el cansancio de todos era evidente.
No había mucho viento, tal vez apenas 50 km/h pero la temperatura era cercana a 0°C. Optamos por dormir en las chatas ya que armar las carpas era muy laborioso, ni hablar de ponernos a cocinar. Cominos alguna de las latitas de atún con jardinera típicas del viaje y nos enfundamos en las bolsas de dormir a enfrentar lo que sería una dura noche de frío bien patagónico.