VIEJAS ASPIRACIONES CUMPLIDAS, PASÁNDOLA BOMBA
19 al 28 de Febrero de 2016
MIÉRCOLES 24 DE FEBRERO DE 2016: EL INÉDITO CRUCE DESDE LA ORIENTAL AL LAGO POSADAS
No nos levantamos muy temprano. Por un lado había que estar descansado para el reto que nos esperaba y por el otro debíamos esperar la llegada de la octava chata, que venía desde Malargüe al comando del Pitufo.
Actividad fabril en el patio de La Oriental poniendo todo a punto: revisión de neumáticos, recarga de combustible, desayuno, mateadas, etc.
Suponíamos que el cruce nos demandaría un día y medio o dos por lo que descontábamos un campamento en la montaña, así que teníamos que tener todo previsto.
Eduardo Lada no nos iba a poder acompañar en todo el cruce como estaba previsto ya que le aparecieron nuevos huéspedes en la estancia que debía atender, así que nos pusimos a repasar sus puntos de vista sobre nuestros tracks sobre Earth Google. En la mayor parte de los recorridos estábamos de acuerdo excepto en su propuesta por dónde subir la primera cuesta, que no coincidía con ninguna de nuestra variantes y no nos parecía viable. Él nos acompañaría hasta la laguna Piedra Clavada y nos indicaría en el sitio el lugar por donde él subió alguna vez con su cuatriciclo.
Cerca de mediodía apareció el Pitufo con su SW4 acompañado de su esposa y de una perrita caniche, así que no tardamos en arrancar la multitudinaria caravana de ocho chatas. Si lográbamos pasar la huella quedaría bien marcada…
Rápidamente subimos a la zona de Piedra Clavada, la que varios ya conocíamos y que maravilló al resto por las impresionantes vistas del Lago Belgrano y del Monte San Lorenzo.
Llegado a la vera de la laguna, Eduardo nos mostró su vía de acceso sugerida y la verdad que desde allí no parecía tan difícil, así que optamos por hacerle caso, al menos como Plan A.
Nos despedimos de Eduardo Lada y comenzamos con una nuevo tipo de vadeo en la laguna Piedra Clavada: el vadeo perimetral, método adoptado para sortear el primer obstáculo, el cual ya habíamos explorado con éxito junto con Elsa el año pasado: casi un kilómetro medio inclinaditos lateralmente con el agua a la altura de los zócalos como aperitivo.
Una vez "atravesada" la hermosa laguna, llegamos a un extenso mallín donde confluían varios arroyos que bajan de las montañas vecinas los cuales tuvimos que ir cruzando buscándole la vuelta porque los pequeños pero profundos afluentes eran trampas inocentes que nos hacían perder mucho tiempo.
Cruzada la parte baja sólo nos quedaba subir por el costado de otro mallín que bajaba del cerro que queríamos escalar enfrentando la pared que nos había indicado Eduardo. A medida que subíamos parecía cada vez más empinada y cuando la tuvimos a tiro nos convencimos que era por allí porque alcanzamos a ver incipientes marcas de huellas de cuatriciclos. Sin ver esas huellas, no creo que hubiésemos encarado por ahí.
Nos reagrupamos en la base de la trepada y por unanimidad me mandaron al sacrificio de verificar si se podía subir; al fin y al cabo yo era el que los había metido en este lío, así que no pude declinar el desafío.
Sin más, tomé el guante y encaré para arriba en segunda baja bien pero bien alegre. Efectivamente era muy empinada pero el piso era bastante firme por lo que no tuve demasiados problemas en llegar arriba, excepto por esa rara sensación de subir mirando al cielo ya que por el ángulo no se alcanza a ver el terreno.
La recompensa fue inmejorable: el cerro San Lorenzo parecía tan cerca que casi se podía tocar con la mano pese a que por lo menos teníamos casi 2000 metros de desnivel. El paisaje general era alucinante con formas y colores como la recóndita Patagonia nos tiene acostumbrados.
Después de mi éxito, los demás se largaron hacia arriba y rápidamente reagrupamos frente al mirador del San Lorenzo: la travesía en serio había empezado !
Desde ahí arriba evaluamos las opciones, básicamente seguir por los filos hasta donde se pueda o largarse por el cauce de los arroyos que terminan en el lago Posadas. Los cauces vistos de arriba eran tentadores pero casi siempre se ponen complicados por angosturas o grandes piedras, sobre todo cerca de sus nacientes; los filos son más transitables, pero inevitablemente alguna vez hay que bajar y a veces eso no es posible. Eduardo había recomendado seguir por los filos pero no nos pudo precisar hasta donde.
Seguimos por los filos que nos quedaban al oeste, que se mostraban más transitables y en las satelitales parecían ofreces bajadas con pendientes teóricas potables; además ofrecías vistas aéreas geniales.
Los primeros tramos fueron perfectos, es decir lisos y con piso firme pero al intentar subir a un escote encontramos un poderoso pedregal que dio bastante trabajo sortear: quienes encaramos el pedrero anduvimos esquivando grandes piedras y quienes lo esquivaron amagaron encajarse en el terreno suelo. Pero todos pasamos.
Luego sobrevino el inicio de un cañadón con un plano inclinado de piedra suelta que nos llevaba al cauce que habíamos querido evitar por ahora, lo sorteamos surfeando de costado con acelerador a fondo, una sensación hermosa siempre que no pierdas potencia. Daba gusto ver las chatas de costado como caballos de desfile, algo muy divertido. También lo superamos con alguna encajadita parcial sin consecuencias.
Más adelante el filo se cortó abruptamente y debimos subir por una cresta empinada un poco más al este que se mostraba muy firme y a partir de allí un gran playón que invitaba a andar rápido para ganar distancia. Y allí sobrevino el gran problema: el traicionero “mallín de piedras” que ya nos había castigado en viajes anteriores se “comió” a cuatro de las chatas a la vez y por desgracia bastante separadas entre si debido a la velocidad que veníamos desarrollando. Germán y el Pitufo estaban enterrados hasta las muelas a 50 o 60 metros del terreno firme, mientras que Hugo Perret y el Tape se habían encajado más cerca, a tiro de eslinga o malacate debido a que habían visto las consecuencias de los que venían delante. Hugo Berry y Elsa rescataron rápidamente a estos dos últimos, mientras Guillermo Loza y yo nos quedamos en la zona firme sin arriesgar.
El asunto era traer esas dos chatas a tierra firme, lo cual implicó el uso intensivo de malacates y multitud de eslingas para cubrir la distancia, con el consecuente trabajo de recoger y quitar eslingas a ritmo de malacate. Además, sobre todo al inicio hubo que anclar las chatas que estaban sobre firme porque únicamente con su peso no alcanzaba Nos llevó casi cuatro horas hacer zafar de la varadura a las dos chatas más alejadas.
Evidentemente no podíamos seguir por ahí. O abandonábamos el filo ahora o reculábamos buscando algún lugar más atrás donde bajar. Durante la larga maniobra de rescate los más rezagados que habíamos parado segundos antes de caer en la trampa nos dedicamos a caminar las supuestas bajadas para ver si eran practicables, lo que a priori no parecía muy halagüeño.
Sin embargo, aun cuando el cauce ya convertido en un bonito arroyo se veía muy profundo allá abajo, al acercarnos fuimos descubriendo que con cuidado y sobre todo con posibilidades de eventual retorno se podía bajar, curiosamente cerca de uno de los tracks teóricos que teníamos relevados. No podíamos ver la bajada final al río pero descontábamos que la suerte estaría de nuestro lado y si no, tendríamos un lugar para acampar un poco menos expuesto al viento de los filos. Todas eran suposiciones porque tampoco sabíamos si nuestro arroyo era transitable, pero a veces el offroad es una cuestión de fe…
Cuando todos volvieron a tierra firme, propusimos hacer el descenso por donde habíamos caminado, alertando que podíamos encontrar sorpresas al final pero que si no bajábamos, no lo sabríamos.
Nos aseguramos de transitar sobre firme ya que las piedras movedizas estaban por todos lados; sin embargo moviéndonos cerca de unas grandes rocas el piso era firme y fuimos rodeando un cerro que nos puso frente a una bajada bastante abrupta con mucha piedra pero que con cuidado pudimos sortear y ubicarnos en una especie de gran escalón previo a la bajada al arroyo. El nuevo problema que ahora teníamos era que el escalón era un exponente representativo de los odiados mogotales que habíamos sufrido en la meseta de la Muerte el año pasado y moverse allí era torturante.
Desde arriba parecía lógico moverse por el escalón paralelo al arroyo para bajar al mismo por donde tenía menor altura, pero esos pocos kilómetros nos podía tomar varias horas de sufrimiento, así que optamos por tratar de tirarnos al arroyo cuanto antes, lo que implicaba más bajadas intimidantes pero no tan tortuosas. Al menos el sufrimiento duraría poco.
Todo indicaba que pese a que estábamos a unos diez kilómetros del Puesto El águila, donde se reiniciaba la huella, íbamos a pasar la noche allí. El lugar estaba bueno así que no era gran problema.
Los copilotos se dividieron y se ocuparon de rastrear las posibles bajadas, pero al menos las más próximas eran muy abruptas y para colmo el arroyo estaba plagado de enormes piedras; sin embargo Hugo Perret descubrió un punto por donde se accedía a un mallín seco que bajaba suavemente al arroyo y nos mandamos para allí. Si había que acampar, sería al lado del agua, que siempre es conveniente.
Lo que parecía imposible, terminó siendo sencillo; muy fácil y rápidamente habíamos bajado al cauce del arroyo y si llegaba a ser amigable, hasta podíamos llegar a completar el cruce en el día, algo impensado horas atrás.
El único en problemas era el Tape, que también había bajado pero aguas arriba y venía peleando a las grandes piedras y se acercaba a nosotros muy lentamente. Podría unirse a nosotros?
Cuando todos nos reagrupamos decidimos encarar el arroyo a ver qué pasaba. Y el arroyo, a partir de este punto se portó bien: cruzando de una a orilla a otra, vadeándolo mil veces fuimos avanzando sorteando obstáculos uno tras otro y la distancia al Puesto El Águila se achicaba incesantemente.
Por momento empezamos a imaginar vestigios de huella que confirmaba que íbamos por el rumbo correcto. Un alambrado con una tranquerita precaria confirmó nuestras presunciones y antes que caiga el sol teníamos a la vista el ansiado puesto.
No se imaginan la cara del puestero cuando vio llegar la bandada de chatas!!! El pobre Don Valdez, que así se llama nos confesó que pensó que llegaban aviones puesto que el silencio de la montaña hacía rato que escuchaba rugir los motores pero nunca imaginó que por allí vendrían vehículos y en tal cantidad. Nos confirmó que alguna vez pasaron motos y cuatriciclos pero no más que eso, algún que otro loco caminando y recientemente uno con una bicicleta (¿?).
Se puso muy contento que se haya hecho una conexión con el sur, ya que allí pese a tener camino a lago Posadas se encuentra muy aislado y rara vez llega alguien por aquí. De hecho nos pidió que allegar al pueblo le recordásemos a su patrón los encargos que le había hecho…
A toda costa quería que nos quedásemos a tomar mate y charlar pero ahora nos había agarrado el apuro de llegar a lago Posadas y alojarnos y cenar como la gente (¿?) para festejar el haber logrado el ansiado enlace, que durante diez años me taladró la cabeza.
Realmente ahora con el track relevado y nuestras huellas marcadas estimo que en tres horas se puede hacer en ambos sentidos (solo me queda la duda de cómo subir el último pedregal, pero con esfuerzo se debe poder), lo cual lo convierte en una interesante opción para llegar al Parque Perito Moreno y despuntar el vicio del offroad. Eso, no se larguen solos: una encajadura como las que vieron es imposible de revertirla sin ayuda.
Quien sabe dentro de algunos años sentiremos el orgullo de haber sido quienes dieron el puntapié inicial de una nueva espectacular ruta de montaña, una digna continuación de la actualmente espectacular RP41, la joyita turística santacruceña no muy conocida como se debe.
La huella desde El Águila en adelante es precaria pero muy pintoresca: las montañas se comienzan a tapizar de árboles y los arroyos se encajonan entre altísimas paredes de granito para caer, literalmente en el lago Posadas. Lamentablemente comienza a anochecer y nos perdemos la espectacular vista del lago Posadas desde arriba cuando llegamos a los inesperadamente amplios caracoles de bajada que tanto nos habían llamado la atención en las satelitales.
Cuando los alcanzamos nos desorientamos un poco ya que un alambrado nos cortaba el paso pero mirando bien una huella precaria lo esquivaba. Al entrar al camino ancho grande fue la sorpresa de encontrar semejante obra con destino a la nada (aunque ahora después de nuestro paso puede empezar a tenerlo) y el terrible estado de abandono después del descomunal esfuerzo de dinero que debe haber costado construirlo (Obra a medio ejecutar por Austral Construcciones).
El abandono se acentúa porque al haber hecho el movimiento de suelos y no haber continuado con el alcantarillado y la conducción ordenada de las aguas, ahora está a merced de la naturaleza y está lleno de grietas y derrumbes. Si se mantiene así, esto terminará siendo la parte complicada del cruce que acabamos de inaugurar.
En esas condiciones, fue la bajada bastante peligrosa porque la hicimos a oscuras. Interesante debe haber sido ver nuestro desplazamiento desde lejos: ocho chatas con luces que iban y venían de todas direcciones bajando por la ladera de una montaña.
Una vez abajo llegar a Lago Posadas fue un trámite pero lo que fue difícil fue alojarnos y ni que hablar de cenar todos juntos. Al final conseguimos sitio en la Hostería Lago Posadas y tuvimos que cenar apiñados comprando pizzas y empanadas en una rotisería que de casualidad estaba abierta aprovechando que una de las habitaciones tenía una mesa con sillas. No conseguimos un restaurante abierto…
De todos modos estábamos muy felices: el largo viaje había valido la pena y habíamos logrado un objetivo anhelado desde hacía mucho tiempo.