LA MESETA DE LA MUERTE NOS SIENTA BIEN
LA CUARTA EXPEDICIÓN A UNA ZONA CADA VEZ MÁS INEXPLORADA
5 al 13 de marzo de 2022
PRÓLOGO
Durante los últimos diez años hemos realizado cuatro expediciones a la zona de la Meseta de Muerte, al oeste del lago Cardiel.
Primero, allá en el lejano 2012, fuimos en tren de asomarnos para ver de qué se trataba esa ignota zona, la cual llamó nuestra atención debido a que en viejos mapas de Vialidad Nacional de los años 1940, algún trasnochado dibujó que la Ruta 40 iba a pasar por allí. Alguien que nunca salió de su escritorio, seguramente.
Los primeros dos intentos realizados en octubre de 2012 y 2013 fueron fallidos ya que el caudaloso río del Medio no nos dejó pasar; lo único que logró fue que nos volviéramos más y más curiosos.
Solamente pudimos arrimarnos a la periferia este y sur, pudiendo capturar una complicada confluencia (41°S 72°O, cuando nos dedicábamos a eso) y poder apreciar el remoto lago Cabral, uno de los afluentes del extenso y endorreico lago Cardiel. En el segundo viaje, desde ese lago, la pudimos apreciar en toda su magnitud, como una enorme rampa que desde los 1100 msnm se iba elevando hacia el norte hasta alcanzar los 1600 msnm, en las nacientes del río del Medio.
Finamente, en 2015 pudimos subir desde el este, aprovechando el bajo nivel de los ríos al fin del verano. La idea era llegar al extremo noroeste más elevado, pero después de unos tortuosos 25 km siguiendo el cauce de un río seco durante tres días, una planicie de lajas apoyadas sobre una gruesa capa de oculto barro, nos detuvo (mejor dicho nos atrapó) y tuvimos que volver sin el objetivo final.
Igualmente, la satisfacción de ser los primeros en recorrerla con vehículos motores no nos la quita nadie. La vastedad y el entorno salvaje de la zona es de una extraña belleza que sólo locos aventureros como nosotros pueden apreciar.
Sin embargo, aún nos habíamos quedado con las ganas y hubo una cuarta expedición, la este año 2022 post pandemia. Una misteriosa estancia Llaneza, mencionada en todos los sitios de pronósticos meteorológicos de Internet pero sin correlato en fotos satelitales, era una buena excusa para volver. Ese punto se volvió para nosotros como la Trapalanda o la Ciudad de los Césares, ese pueblo mítico meta de todos los que en el siglo XVI llegaron a América para inflarse con el oro y las joyas de las naciones indias y de la cual jamás se conoció de ella otra cosa que su discutible fama. Un poco menos ambiciosos, nos conformaríamos con verificar su no existencia y de pasada tener una excusa para volver a la terrible meseta.
Curiosamente, pese a lo duro y complejo que es transitar la meseta, posiblemente lo más odiado para cualquiera al que le guste cuidar algo sus vehículos, armamos un grupo de trece personas con seis camionetas con ese “sencillo” objetivo. El plus sería intentar llegar al lago San Martín por el norte, obviando el uso de rutas convencionales. Nos esperaban por delante 50 kilómetros de recorrido off road completamente incierto, atravesando las cuencas de tres arroyos que vuelcan sus aguas en el lago Cabral o en el río Lavas.
Y más o menos así empezó este loco viaje, que tuvo un detalle destacado muy especial: cuatro de las seis tripulaciones estaban compuesto por padre e hijo, lo cual muestra claramente que la locura es hereditaria. Otra curiosidad fue que acometimos la Meseta de Muerte con el número fatídico de trece tripulantes, como para ahuyentar malos augurios.
LAS TRIPULACIONES:
· Wolswagen Amarok V6: Christian Germain y su padre, Raúl
· Toyota SW4 2018: Pablo Anastasio y su hijo Matías
· Toyota SW4 2007: Toto y su hijo Federico
· Vitara Pampa 02: Sergio Zerega y su hijo Pablo
· Toyota Hilux: Elsa Ons con Marcelo Adam
· Toyota Sw4: Hugo Berry Rhys, con su esposa Laura y Alberto Leone
DÍAS 1 y 2: LOS LARGOS ENLACES
Para los que vivimos en el norte respecto a la Patagonia, solamente los enlaces son una travesía en sí mismos. De las seis camionetas, una era de Rosario, tres desde Buenos Aires y dos de Bahía Blanca, es decir el que estaba más lejos debía recorrer 2600 km para llegar el pie de la meseta y los más cercanos “solamente” 1800 km, es decir entre dos y tres días de viaje (lo mismo para el regreso)
Las cuatro chatas intergeneracionales nos concentramos en Bahía Blanca e hicimos el enlace a Gobernador Gregores en dos etapas, pernoctando en Villa Dique Ameghino (previa detención en San Antonio Oeste para degustar pescados y mariscos). El tramo Pico Truncado – Gobernador Gregores lo hicimos por la RP12, 400 km de ripio en bastante mal estado, como actualmente todas las rutas del país. Da bronca pensar que hace unos 40 años, recorrí esa ruta con mi viejo en un Torino y una casa rodante y era un billar…
Para no perder la costumbre, Pampa 02 liquidó una bomba de nafta y unos kilómetros antes de Gregores la tuvieron que remolcar y luego en una rápida operación en la puerta del hotel fue reemplazada como es habitual (ya cambio más rápido la bomba de nafta que un una rueda pinchada…)
Las otras dos chatas fueron por otras rutas: Hugo bajó por la costa hasta Piedrabuena y de allí por la RP25 a Gregores; en cambio Elsa, en Comodoro Rivadavia, se desvió a la cordillera, haciendo escala en Cueva de las Manos y luego llegó a destino por la RN40.
Todos dormimos en Gregores en diferentes lugares, velando las armas para salir el lunes hacia la meseta.
DIA 3: EL NO DESCUBRIMIENTO DE ESTANCIA LLANEZA
De acuerdo a las previsiones (y después de reemplazar la bomba de nafta quemada, un clásico para mí), a las 9:00 salimos desde la YPF de Gregores, dispuestos a poner a prueba las chatas y nuestras articulaciones (en especial las cervicales) en nuestra conocida y siempre misteriosa Meseta de la Muerte.
Rodeamos el lago Cardiel primero por el norte y luego por el oeste, donde el conocido pedrero antes del desvío al río del Medio nos fue preparando para las sacudidas del día; al llegar al vadeo del río Cardiel confirmamos lo que ya nos habían adelantado, es decir que los cursos y espejos de agua estaban muy bajos debido a las pocas lluvias de la temporada. Ese vadeo, en 2015, lo hicimos con agua a la mitad de las puertas y ahora apenas mojamos el chasis. Lo mismo ocurrió con su afluente, el río Lavas.
Antes de acometer a la meseta, pasamos a visitar la estancia deshabitada pero no abandonada, denominada “La Cabaña”, donde aprovechamos el reparo para degustar una frugal picada al reparo del viento, que a esa era del día ya se ponía medio molesto. Luego, más arriba nos ofrecería su otra mitad.
Esta vez usaríamos para subir una huella muy borrada que detectamos en las satelitales que nos acercaba bastante a la enigmática estancia Llaneza, primer objetivo inexistente del viaje. Al principio costó bastante seguir esa huella porque estaba muy tenue y destruida pero a medida que subíamos, al entrar en la zona de piedras, el trabajo del bulldozer que la hizo era más visible y estaba menos maltratada por los agentes naturales.
Así fuimos ascendiendo hasta enfrentar una bruta pendiente de buen piso pero repleta de piedras, que nos hizo subir de a uno bien separados y evitar que alguna roca se dispare rodando hacia abajo removida por el predecesor, sin poder evitar algún golpe innecesario. Realmente era muy empinada pero todos subimos sin problemas y es así como por segunda vez en siete años, volvíamos a pisar la meseta. Muy pocos, en vehículos ostentan esa distinción.
Esta parte sur es muy plana (en términos generales) y a lo lejos parece una inofensiva superficie pero fue tanto o más terrible que lo habíamos sufrido en 2015, cuando el avance lo hicimos por el cauce de un arroyo seco, surfeando los temidos mogotales. La verdad que los únicos sectores donde se puede transitar más o menos cómodamente son los fondos de las lagunas secas, una especie de oasis para los amortiguadores y las cervicales.
La picada sísmica que habíamos marcado apenas se veía y no aportaba mucha más facilidad que transitar a campo traviesa, pero de todos modos la usábamos como guía para avanzar ya que era la distancia más corta a la estancia Llaneza. Después atravesar alguna laguna SECA y entusiasmados por cruzar un viejo alambrado caído que prometía estancia, transitamos 8 km al fabuloso promedio de 3 o 4 km/h y alcanzamos las coordenadas de Llaneza, la que por supuesto pudimos corroborar que NO EXISTE. Ni en ese punto, ni en 360 grados a la redonda hasta donde se perdía la vista.
Fin del misterio: seguramente un error de tipeo de coordenadas la ubicó allí pero nunca existió físicamente. Chau Trapalanda…
Ya estaba avanzada la tarde y había que buscar un lugar para acampar, tarea nada fácil porque es muy complicado encontrar siquiera un lugar plano para armar una carpa y encima con reparo. Olvidé mencionar que una vez arriba, un viento inclemente nos acompañó en forma permanente.
Dentro de los relevamientos previos, teníamos un cuenco con forma de sombrero, bautizado como laguna Hat en nuestros mapas de Viajeros 4x4, que estaba a unos cinco km y más o menos lo podíamos alcanzar en una hora, prometiendo algo de reparo. Creo que demoramos algo más de una hora sorteando terribles mogotales en algunos casos de casi un metro de altura; una locura total por donde circulamos.
La laguna, como todas las demás, estaba casi seca y ofrecía un modesto acantilado en el oeste donde podíamos “disfrutar” de algo de reparo. Ahí armamos nuestro primer campamento y degustamos la primera cena gourmet del viaje ofrecida por Hugo: fideos “fusilli” con salsa de tomates secos, albahaca y olivas negras, por supuesto regada con los mejores vinos. Un lujo que seguramente nadie se dio nunca por estos lares.
Nos acostamos temprano arrullados por el viento y con amenaza de tenues lluvias. Mañana seguiríamos saltando sin rumbo por el infierno de mogotales y había que darle descanso a los amortiguadores y a las cervicales.