LA MESETA DE LA MUERTE NOS SIENTA BIEN
LA CUARTA EXPEDICIÓN A UNA ZONA CADA VEZ MÁS INEXPLORADA
5 al 13 de marzo de 2022
DIA 4: EL ACCESO SUDOESTE DE LA MESETA
La mayoría nos despertamos a eso de las 8:30, habiendo dormido más de 10 horas; recuperarse de las sacudidas permanentes del día previo no fue sencillo. No hizo mucho frío, ya que no bajó de 0°C durante noche. Al salir el sol, enseguida levantó un poco la temperatura y el viento estaba calmado como es habitual las primeras horas matinales.
Entre desayunos, desarmado de carpas y acomodado de bártulos a eso de 9:30 estábamos en orden de marcha. La idea original era cruzar toda la meseta de este a oeste, asomarnos a su borde oriental para contemplar la cuenca del río Fósil, luego intentar ir hacia el norte para arrimarnos al Balcón del Arenisca y luego bajar hacia el sur buscando el río Tar y salir al lago San Martín. No eran muchos kilómetros pero poder concretarlo iba depender de nuestra paciencia para soportar los mogotales, la cual no era la misma a medida que los sacudones te van haciendo doler las cervicales y los amortiguadores toman temperatura. Pero este era el plan.
Empezamos siguiendo la tenue sísmica este-oeste que conseguía disminuir nuestro sufrimiento en un 0,1% respecto del campo traviesa. Un pequeño pero profundo arroyo requirió buscarle la vuelta para cruzarlo, sin contar que en sus cercanías, por el escurrimiento del agua, los mogotales crecen de tamaño. Las horas se suceden, los kilómetros de avance son escasos y la paciencia empieza a menguar: a ese ritmo logar los objetivos antedichos requeriría quedarnos todo el tiempo en la meseta y eso no estaba en los planes, ya que todos queríamos hacer un sobrevuelo por el Parque Nacional Perito Moreno y la estancia La Oriental, con el broche de oro de recorrer la nueva RP41. Y comernos un asado en lo del querido amigo Eduardo Lada.
Bastante antes de la mitad del recorrido este-oeste, decidimos torcer hacia el sudoeste, apuntando al vértice noroeste del lago Cabral, dejando de lado la excursión al Balcón del Arenisca. Nos adentrábamos en unos 12 km completamente inciertos, con dos ríos o arroyos para vadear, más algunos acantilados para sortear. Eran las 11:30 y nos propusimos que si para las 15:30 no llegábamos al objetivo, abortaríamos y con todo el dolor del mundo, saldríamos de este terrible laberinto de mogotales que nos atraía y nos expulsaba a la vez, desandando nuestros pasos.
El avance fue completamente tortuoso, muchas veces pensábamos que no podríamos seguir pero los fieles corceles de acero se lo bancaban una y otra vez. Los únicos momentos “tranquilos” eran los pocos cientos de metros donde atraídos por los fondos secos de las lagunas, nos tirábamos por pendientes casi sin retorno para circular un poco sin saltar permanentemente. Veníamos en dos grupos separados por dos “rutas" diferentes pero con el mismo objetivo: Elsa, Hugo, Toto y yo por un lado y Pablo y Christian por otro.
Llegar al segundo arroyo fue terrible y nos llevó casi tres horas avanzar sólo siete km (espectacular promedio). El vadeo fue sencillo para todos, excepto para Toto que dijo que quiso enfriar los amortiguadores y terminó lavándose los pies sin bajarse de la chata, al querer atravesar una traicionera pequeña e inofensiva lagunita.
Como el cauce del arroyo, que se dirigía al sur era amigable, lo seguimos por un trecho tratando de achicar el trayecto de mogotales hasta el próximo vadeo, que prometía ser más caudaloso, al menos por las satelitales. Así nos quedaron solamente tres kilómetros de mogotales a costa de unos kilómetros más de cauce de río transitable, que finalmente no fueron tan malos o porque se “terminaban” parecían menos enemigos. Exactamente a las 16:00 con media hora de demora estábamos en el segundo vadeo, que era lo planeado. Era la hora justa del no retorno: quedaba la incógnita de atravesar una cadena montañosa con dos lagunas intermedias con el riesgo de algún paso imposible o desandar todo lo tortuoso para evitar seguir quedándonos en la meseta algún día más. Decidimos continuar hacia el sur y confiar en los relevamientos de Pablo y míos, para empalmar el track del cual habíamos salido del lago Cabral en el lejano 2014.
Aprovechando el agradable verde de sus orillas y el rumoroso correr de las aguas, hicimos un alto para reponer fuerzas y almorzar. No íbamos a llegar al lago San Martín pero no íbamos a estar muy lejos, salvo imponderables.
Arrancamos después del rápido almuerzo y encaramos la primera subida para alcanzar la primera laguna de altura. Hasta ahí todo bien pero el diablo metió la cola…
Como salvo Pablo, Elsa y yo, el resto no conocía el enigmático lago Cabral surgió la idea de ir a visitarlo. Las satelitales mostraban que la laguna casi seca que estábamos atravesando por su margen oeste, desaguaba en el dicho lago y parecía ser una vía fácil para acceder. Casi todas las costas del Cabral son muy escarpadas y esta “ruta” permitiría llegar hasta sus mismas orillas sin dificultades, por el cauce de un afluente.
El fondo de la laguna estaba seco y liso, así que Elsa se largó a fondo hacia el este rumbo al lago Cabral pero, a poco de andar y bastante lejos de la orilla, se hundió hasta los zócalos. Cuando la veo, le aviso a Hugo que venía un poco más adentro de la laguna que yo, que se aleje para no encajarse y mientras lo hago el que escoró hacia la izquierda fui yo, enterrando de ese lado hasta los zócalos, sin posibilidades de salir por mí mismo. Por suerte Hugo zafó (por ahora).
Organizamos el doble rescate en dos grupos: Hugo desde lejos me sacó con dificultad ya que la ruedas enterradas hacían de arado y no querían “subir" a la superficie, mientras que Pablo, rodeando la laguna por la zona de piedras se puso delante de Elsa a unos 60 metros o más y con la ayuda de varias eslingas puedo llegar a enganchar a Elsa para malacatearla. Le llevó recoger cinco o seis veces el total del malacate para sacarla mientras varios iban paleando el barro que acumulaba en su bumper como si fuera una topadora. Los surcos que dejó en el fondo de la laguna se van a ver en las próximas satelitales.
Pero eso no fue todo, al querer acercarse a ayudar creyendo pisar firme, el que se encajó fue Hugo. Yo lo quise ayudar pero la Vitara no pesaba lo suficiente para poder traer a la SW4, así que tuvimos que esperar que Pablo termine de sacar a Elsa y hacer lo propio con Hugo. El malacate de Pablo trabajó como nunca.
Ni les cuento cómo quedaron macizas, llenas de un barro de arcilla muy pegajosa, las llantas de Elsa y Hugo. No iban a poder andar en ruta sin limpiarlas.
Todo este chiste nos llevó casi dos horas y si teníamos algún problema en lo que faltaba hacia el sur pasaríamos otra noche en la meseta sin saber si nuestro futuro era salir al lago San Martín o desandar lo andado.
Por suerte, los cinco kilómetros que faltaban fueron manejables: atravesamos el segundo cordón montañoso, llegamos a la otra laguna de altura, la rodeamos con sumo cuidado y finalmente encontramos el track de 2014, que no era gran cosa, pero no era inédito. Ya era medio tarde y había mucho viento, así que decidimos seguir hasta encontrar un lugar con algo de reparo para acampar.
Curiosamente estábamos en el viejo track, casi 8 años después pero más o menos a la misma hora, así que como no podía ser de otro modo terminamos acampando en el mismo lugar que aquella vez; la única diferencia fue la temperatura, que ahora era mucho más amigable. Recuerdo todavía los -12°C con una gruesa capa de hielo en el interior de la chata donde dormimos.
No había muchos lugares planos pero nos la ingeniamos para armar las carpas en las playitas de arena que ofrecía el remoto río Tar, mientras Hugo volvía a desplegar su cocina de campaña y pese al fuerte viento, nos deleitó con un exquisito risotto de hongos para chuparse los dedos.
Satisfechos con la exquisita cena y con el éxito de la nueva expedición a la Meseta de la Muerte, abriendo abierto el Acceso Sudoeste, nos acostamos en la carpitas, arrullados por el viento, que soplaba de lo lindo.