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NORTE NEUQUINO DESCONOCIDO Y POCO TRANSITADO
PARTE 3
CAPITULO III: LA DESAZÓN DE TENER QUE ABORTAR EL INTENTO
Campamento por la mañana
A la mañana siguiente, desarmamos el campamento y sin mayores novedades, retomamos el avance sobre el Piuquenes, con el máximo cuidado al vadear para no repetir malas experiencias (igual las íbamos a repetir).
Cada vez que el río daba una curva, la costa pasaba de plana a acantilada y debíamos vadear, con cuidado.
Acá decidímos ir por el cauce
Y pese al cuidado y los relevamientos a pie, caíamos en alguna trampita......
Arenas movedizas en el Piuquenes
Así por varios kilómetros. Cruzamos el arroyo Tábanos y sólo nos faltaba llegar al Lenga Malal y cerrábamos el circuito. El tamaño de las piedras iba creciendo.
Llegamos a un punto donde ambas márgenes eran acantiladas y quedamos encerrados. Abrimos camino paleando y machetendo alguna plantita.
Para donde vamos ahora?
Un vistazo alrededor sugirió trepar un poco los cerros para ir faldeando. Buscamos una pendiente accesible y nos fuimos para arriba a pura doble tracción, trepando como cabras.
Imágenes de las trepadas
Las chatas perdidas entre los cerros
Allí pareció abrirse el panorama y logramos avanzar algunos kilómetros aguas arriba. Faltaban sólo 8 km para cerrar la vuelta cuando una serie de pasos bastante inclinados nos obligaron a estudiar opciones. Lo bueno es que más adelante había una amplia meseta que permitía seguir y entusiasmaba a arriesgarse pero teníamos que tener plan B por si debíamos regresar. Sólo éramos dos chatas en esas hermosas soledades.
Caminamos por el paso inclinado, convencidos que con algo de riesgo se podía encarar y también bajamos al río par a tratar de sortear el obstáculo por el cauce, lo que si bien factible, chocaba con una franja de densa vegetación que no podríamos sortear con los medios disponibles.
Por abajo, imposible, al menos para la poca de mano de obra a bordo (piedras enormes en cantidad, arbolitos, etc..)
Por arriba, los planos inclinados eran dudosos
s
Después de una larga hora de investigación, decidimos no seguir. Acomodar paleando el paso inclinado para pasar sin riesgo y tener “vuelta atrás” si fuera necesario, al estilo del “Zogaca Drive” de Pampa del Rayo no estaba a nuestro alcance por falta de recursos y porque no, algo de falta de audacia.
Mi Vitarita posando en el paisaje
Las ganas y el entusiasmo nos decían una cosa y la razón otra. “Soldado que huye sirve para otra guerra”, total la montaña va estar esperándonos ahí más adelante. Ya teníamos la excusa para organizar el asalto final, quizá de nuevo desde el norte.
Unos jinetes aparecieron de la nada en los cerros y pensamos que además podríamos tener la complicación de la propiedad privada, pero no. Eran puesteros de más al norte que nos confirmaron que salvo unas piedras “acomodables” éste era el único obstáculo difícil para continuar. Les pareció bárbaro ver que con unas chatas se pudiese llegar hasta allí porque entonces no sería difícil con un tractor. Uno de ellos comentó que tiempo atrás vio pasar una Toyota pasó por los pasos inclinados, lo que confirmó nuestra presunción que eran posibles de sortear. Debió ser hace mucho ya que no había vestigios de huellas vehiculares. Alguna vez, en un ambiente controlado, tengo que probar hasta donde se puede inclinar una chata, para no probar con precipicio al costado.
Para ilustrar con precisión hasta dónde llegamos en las dos expediciones, la del 2006 por el norte y la actal del 2008 por el sur, van un mapa del IGM y una satelital mostrando los tracks. La brecha que queda es chiquita......
La desilusión por abortar no bajó nuestras ganas de divertirnos por la zona, así que emprendimos el regreso desandando el track casi exactamente ya que no había otra posibilidad hasta que al aproximarnos a la salida, decidimos complicarla un poco buscando otro vía de salida relacionadas con las opciones de entrada mencionadas el día anterior: vadearíamos el Juan Esteban y el Reñileuvú tratando de rodear el cerro Moncol por el norte o por sur.
Imágenes del regreso sin gloria (aunque recontentos por haber "descubierto" un poco más la zona
Así anduvimos vagando por toda la zona, vadeando infinitas veces los arroyos, cruzando algún mallín y subiendo y bajando lomadas apuntándole a rodear el Moncol por el norte, lo que finalmente se volvió imposible debido a un alambrado que cerraba completamente ese paso. En uno de los tantos rodeos por los cerros, encontramos, aisladas, unas piedras muy extrañas....
Parecían que alguien las había dejado allí, ya que el entorno no explicaba porqué estaban en ese lugar.
Extrañas piedras con cuencos, ideales para servir una picada.......
El Arroyo Juan Esteban en su confluencia con el Piuquenes
Finalmente lo hicimos por el sur, para lo cual tuvimos que vadear varias veces el Juan Esteban y tres vedes el Reñileuvú, acomodando un poco los accesos al río con la pala y piedras. El triple vadeo se debió a que lo que suponemos era el viejo camino a Pichachén rodeando al Moncol por el sur estaba tapizado de piedras que era impensable mover, menos siendo sólo dos chatas.
Las piedras en el camino que evitaban dos vadeos .
Apuntando a las "islas" que usaríamos para cruzar con poca profundidad
Preparando el acceso
Entrando y saliendo del Reñileuvú......
Así, volvimos a Gendarmería con la frente marchita a avisar que no habíamos podido dar la vuelta.
Desandamos la RP6 hasta la RP57 y pasando por Guañaco, donde estuvimos tentados de ir a explorar el paraje Sillancito, pero no lo hicimos.
Paisajes de la ruta
Finalmente tomamos a la RP38, en el paraje Buta Mallín para aterrizar en Andacollo, donde repostaríamos combustible y finalmente nos quedaríamos a dormir en una cabaña que conseguimos milagrosamente.
Unos choricitos y unas chuletas de cerdo regadas con un buen vino fue el final del día, mientras los hijos de Guillermo se dedicaron a no dejar dormir ya que se quedaron hasta tarde jugando al Sapo……
Mañana trataríamos de ir al Cajon de los Nevados por Butalón Norte y Ailinco
La cabaña que alquilamos