El primer tramo fue tan apasionante que no tardamos nada en organizar para encarar el segundo. El domingo siguiente, pese a las fuertes lluvias de la semana posteriores a nuestra incursión, fue fijado para continuar el proyecto. Esta vez además de Matías fueron invitados los que habían participado de aquella oportunidad entre Vergara y la RP20, pero sólo sumaron dos.
Finalmente, fuimos de la partida cuatro: Matías, Elsa, mi hijo Pablo y yo; quedamos en encontrarnos en la rotonda de San Vicente sobre la RP06 a las nueve de la mañana.
Matías, Pablo y yo salimos de Varela a las 8 de la mañana amontonados no sé cómo dentro del Honda Fit (Pampa 01 sigue en boxes…) y Elsa vendría por su cuenta desde Ezeiza.
Puntualmente a las 9:00 nos encontramos en el lugar convenido y salimos a buscar dónde dejar los vehículos ya que no tendríamos nadie de apoyo. La idea era buscar algún campo cercano al puente de los Cuatro Pilares sobre el Camino del Portugués, de allí buscar ese puente, recorrer el cauce hasta el Once Bocas y de acuerdo al grado de dificultad seguir hasta el puente de la RP215 para luego volvernos por caminos rurales al punto de partida. En total serían entre 30 y 40 km, pero con 12 ó 25 km de puro offroad pesado.
Al segundo intento, a 1 km del puente, la familia Etchebarne no tuvo inconvenientes en hacer de playa de estacionamiento, medio incrédulos de lo que pensábamos hacer en cuatro o cinco horas: es muy difícil circular por ahí, debe haber barro, pastizales altos, muchos alambrados, algún vecino hostil, etc… fueron algunos de los comentarios. No obstante imaginarán el efecto sobre nosotros: Vaaaaamos !!!!!!!!!!!!!!
Bien armados con bastante líquido, ya que parecía que haría mucho calor, salimos a la aventura poco antes que den las diez de la mañana. Al llegar al puente ya notamos que había un poco más de agua que la semana pasada y nos mandamos a costear el río.
Ya no era posible andar por el medio del cauce casi en tramo alguno, a la sumo un poco por las barrosas orillas. El resto había que andar sobre altos pastizales, a veces amistosos, a veces bastante hostiles para las bicis, sobre todo cuando aparecía esa especie de “coirones” pampeanos, donde al tratar de montarlos rebotabas como contra una pared. Además el calor se hacía sentir con fuerza, vaciando nuestras cantimploras rápidamente.
No obstante, la sensación de aventura podía mucho más que los obstáculos ya que sólo la contemplación de los bucólicos paisajes que se abrían ante nuestros ojos era suficiente incentivo para seguir.
Los “expertos”, Elsa y Matías, se cayeron varias veces para mi respetuoso regocijo como hombre de cuatro ruedas, que pese a la falta de experiencia, nunca besé el suelo. Pablito tampoco.
Nos cansamos de cruzar alambrados, lo cual evidencia que salvo a pie, no hay otro modo de hacer estos paseos. En un caso hasta cruzamos una especie de alambrado doble inexplicable, separados por no más de dos metros. Algunos de los campos tenían muchos animales y al encontrar un precario puente que denominamos de los “Tres Caños”, pareció que íbamos a sufrir un piquete vacuno, pero al final se corrieron.
Solamente encontramos un afluente por la derecha que tenía un poco de agua aunque el río nunca estuvo seco. No obstante en algunos tramos pudimos vadearlo para circular un poco más cómodamente por la orilla opuesta.
En el segundo tercio del recorrido encontramos una huella vecinal que vadea el río y que tal vez sea interesante para explorar con las chatas. Allí Pablito, que estaba bastante cansado de andar offroad, fue comisionado a llegar al puente Once Bocas por allí, que parecía más corto y más sencillo.
Los otros tres seguimos por el río un poco más y encontramos un puente o algo así completamente destruido antes de llegar a la confluencia con el arroyo El Portugués, casi una clase de geografía: una isla y dos cauces que se funden en uno sólo.
El Once Bocas estaba cerca pero no lo podíamos ver aún, aunque si veíamos el camino vecinal que une el Once Bocas con San Vicente a no más de quinientos metros.
Seguimos por el Samborombón y entramos a terreno “hostil”: el campo del famoso letrero “No rompan los huevos” que por la retaguardia tenía un alambrado bastante difícil de sortear ya que no sabemos si a propósito o por casualidad, el boyero que lo acompañaba lo había electrificado todo: Pobre Matías que cargó a la fuerza sus pilas…
Pasamos igual y ya con el Once Bocas a la vista cada uno hizo su camino mientras lo distinguimos a Pablito esperándonos en el puente, confirmando que la huella vecinal era buena como parecía.
Lo único malo ocurrió cuando faltaban no más de cien metros para llegar al puente, donde Matías rompió la pata del descarrilador y se acabó la normalidad. Tuvo que llegarse a pie hasta el puente, donde hicimos (Matías hizo...) una reparación de emergencia (acortó la cadena inutilizando los cambios, para andar sólo en directa) y por supuesto, con esto último y con el cansancio acumulado abortamos el tramo hasta la RN215 y volvimos por caminos vecinales. Llevábamos unas 3 horas y medias de pedaleo para unos 15 km de avance y teníamos otros tanto por delante, aunque fáciles…
La reparación andaba más o menos bien, saliéndose la cadena cada tanto pero avanzábamos a buen ritmo; sin embargo eso duró unos 8 km hasta que se volvió a romper. Ahí decidimos dejar a Pablito bajo una arboleda con la bici de Matías rota ya que era el más cansado (demasiado había hecho por ser su primera vez) y los demás seguimos para ir a buscar los autos.
Después de casi cinco horas, llegamos a lo de Don Etchebarne y me fui con el Fit a buscar a Pablito, mientras Matías y Elsa se quedaron acomodando las bicis.
Cuando regresamos con el faltante, nos quedamos conversando un buen rato con los amables campesinos, hasta que nos despedimos agradeciendo su hospitalidad. Le pagamos el estacionamiento con una botellita de vino y nNos fuimos con la convicción que pronto volveríamos por el tramo que el cansancio y las roturas nos negaron.
Esta vez Matías, muy a su pesar, abortó su recorrido de regreso en bici desde mi casa a la suya porque lo tuve que acercar a su casa con el auto por razones obvias.
Continuará
Pampa
Marzo 2012