El entusiasmo por avanzar en el proyecto va en aumento. Ni siquiera la seguidilla de lluvias que nos castiga todos los inicios de semana, ni las secuelas de las penurias que nos afligen después de cada tramo han podido frenar nuestras ganas de seguir el recorrido.
También, pese a contar las desventuras detalladamente en los relatos, curiosamente surgen masoquistas interesados en participar y no somos más participantes porque deliberadamente por ahora tratamos de no ser un malón atravesando los campos y que una de esas se complique por algún propietario quisquilloso. En el fondo, es terreno desconocido. De a poco los que manifiestan interés, los vamos sumando.
Así las cosas, el domingo 18 nos juntamos de nuevo en la rotonda de San Vicente los cuatro reincidentes del Tramo 02 más otros tres amigos que quisieron venir a probar suerte; la comitiva de los siete jinetes del Apocalipsis en bici quedó formada por Elsa, Matías, Rolo, Natalia, Martín, mi hijo Pablo y yo.
Con puntualidad inglesa, a las 9:00 estábamos todos ahí. Hasta Rolo llegó puntual….
Seguimos por el camino que bordea por el este el arroyo El Portugués hasta el Puente de las Once Bocas y cerca del mismo ubicamos un campo con tranquera sin candado adonde nos dirigimos para pedir permiso para dejar los autos, el cual obtuvimos sin ninguna dificultad. Se trataba de un tambo mecánico en actividad y estacionamos bajo unos árboles los cuatro vehículos a 1,5 km del puente donde arrancaríamos.
Armamos las bicis, nos cubrimos de protector solar y repelente en cantidades industriales y salimos a buscar la nueva aventura de llegar por el río a la RP215, desandando por suave huella rural hasta el puente de las Once Bocas.
Allí elegimos la margen norte del río Samborombón para evitar vadearlo y acercarnos al objetivo intermedio de visitar el viejo palomar en forma de cubo, que estaba dentro del campo dónde dejamos los autos.
Debido a las recurrentes lluvias, el cauce ya tiene bastante agua y los vadeos implican mojarse un poco, así que por las dudas tomamos los recaudos para vadear lo menos posible. Los pastizales, comparados cuando hicimos el tramo 01 ahora están mucho más altos y vigorosos, o sea que complican bastante el andar.
Con la energía propia de los primeros momentos, sin mucha dificultad costeamos el río, saltamos un par de alambrados y alcanzamos el palomar. Pablito y ya lo conocíamos pero el resto no, así que acompañamos a los curiosos. Primer objetivo cumplido.
Seguimos por la ribera norte un buen tramo deleitándonos con las pequeñas barrancas y con el cauce de agua fluyendo lentamente. En algún tramo nos aventuramos entre el agua y la barranca pero el barrito hacía muy difícil pedalear. Algunos locos lo desafiamos pero el resto siguió por arriba de la barranca. El calor se empezaba a hacer sentir y el agua que llevábamos parecía que no nos iba a alcanzar.
En una zona con unos “rápidos”, vadeamos pasando a la margen sur del río porque parecía mejor para andar y ahí nos encontramos a un paisano a caballo que se acercó curioso a ver que estábamos haciendo. Nos trató muy amablemente pero nos dijo que se había acercado porque semanas atrás unas motos se habían metido y le habían cortado unos alambrados. Siempre hay algún nabo que en vez de cuidar esta hermosa posibilidad de explorar en contacto con la naturaleza la arruina…. Seguimos.
El terreno se puso muy complicado: sucesión de pequeños zanjones que desaguan en el río tapados de altos pastizales, nos hicieron pegar a todos unos buenos porrazos. Sumado al calor y a la densidad de vegetación pedalear era una tortura, aunque todavía tábanos y mosquitos estaban a raya por el repelente. Por supuesto que la contrapartida eran los paisajes y la satisfacción de ir por el objetivo. Cada tanto hacíamos una parada para reagrupar, tomar algo y descansar un poco.
Más adelante nuevas dificultades: las espinas de las talas y las hormigas. Las primeras ensartándose a la pasada en los brazos de los desprevenidos y las segundas deleitándose con los pies de quienes osaron pisar sus hormigueros. Igual seguimos (tampoco había otras opciones…)
En una de las paradas bajo unos arbolitos, justo donde el río bastante encajonado presenta unas cascaditas, Martín se percata que tenía la riñonera abierta y que su GPS se había perdido.. Gran amargura de Martín y de todos. Era obviamente inúti salir a buscarlo en semejante pastizal donde cada uno había encarado por donde podía: curiosa paradoja, el único que podía guiarnos a él se había llevado el track consigo.
Después de pasar el trago amargo, volvimos a ponernos en marcha, pero lo empujamos a Martín que aunque sea por autojustificación retroceda un poco para ver si de casualidad aparecía. Me quedé a esperarlo bajo los árboles.
Increíblemente, a no más de 200 metros, entre altos pastizales me hace señas que lo había encontrado!!!!!!. Los Dioses estaban con nosotros: nadie hubiera apostado un centavo a que lo encontraba.
Seguimos con mucha dificultad ya que en estos tramos ni siquiera teníamos huellas de ganado que nos faciliten el recorrido: las opciones eran el barro de la costa o los altos pastos tipo “paja brava”. A lo lejos comenzamos a adivinar el tráfico de la RP 215 mientras Matías tuvo que reemplazar una cámara por pinchazo, el único de todo el proyecto hasta ahora. Matías parece empeñado en tener pequeños problemitas en su bici, repitiendo como en el tramo anterior.
Aunque todavía lejos, con el puente a la vista el entusiasmo se renovó y al cabo de 3 horas y 30 minutos estábamos frente al alambrado de la RP 215, separados del puente por una cerrada formación de cardos que era imposible de atravesar sin lastimarnos. Tuvimos que desplazarnos unos 500 metros al oeste para poder subir a la ruta y de ahí llegarnos hasta el puente, final de este tramo e inicio del siguiente.
Nos reagrupamos sobre el asfalto de la RP215 y pedaleamos hasta una arboleda donde nos tiramos a descansar un poco y a agotar las reservas de agua. Nos quedaban aún unos 8 ó 15 km de enlace según la opción elegida. Obviamente la de 15 km era segura pero muy larga y la de 8 km, lo opuesto. En realidad si había problemas de campo traviesa serían sólo 2 km. Elegimos la más corta…
Retomamos por el asfalto y en una granja sobre la ruta conseguimos agua fresca, así que con el vital reaprovisionamiento a lo sumo en una horita más llegábamos a los autos.
Cuando llevábamos 6 km y faltaban sólo 2 km, con el monte donde estaban los autos a la vista, la huella vecinal se puso imposible como sabíamos, pero según el Google Earth había una alternativa través del casco de una estancia. Entré a preguntar y muy “amablemente” nos sacaron vendiendo almanaques. Claro era el casco de un pituco Haras, no era humilde gente de campo, donde generalmente ocurre lo contrario.
No quedó otro remedio que seguir el “camino vecinal”, que existía como callejón entre alambrados pero estaba tapado de pasto y además, apenas nos adentramos, estaba inundado. Cansados como estábamos después de cinco horas de marcha, este tramo final se volvió una tortura, sobre todo porque casi veíamos los autos pero no avanzábamos. Además el efecto del repelente después de tanto tiempo desapareció y los tábanos se hicieron un festín.
Conclusión, un poco a pie, otro poco en bici, lentamente desandamos ese camino, que nos llevó a vadear el Samborombón con agua por encima de la rodilla, atravesar un maizal y hasta un chiquero, antes de llegar a los autos; en total tardamos siete horas, de las cuales casi dos para el último pedacito. Esto no lo cuento como hazaña sino para que lo consideren los interesados en participar en tramos futuros. La experiencia está buenísima pero requiere mucha fuerza voluntad para que no sea un sufrimiento. Por suerte, hasta ahora, nadie se fue decepcionado.
En realidad este recorrido final “breve” lo hicimos Elsa, Pablito y yo. El resto, que no quiso mojarse en el río, dio un rodeo por el puente Once Bocas que les llevó casi media hora más.
Mientras los esperamos, desarmamos las bicicletas y en el mismo tambo, a las cinco de la tarde, hicimos uso del clásico disco y repusimos energía con unos exquisitos churrasquitos y algo de pollo con cebollas y ajíes. Una merienda medio rara pero indispensable.
Y colorín colorado cada unos volvió a su casa, pensando en el próximo tramo. Y rascándose a cuatro manos las picaduras, con la poca energía que nos quedaba.
Continuará....
Pampa
Marzo 2012