UNA VIEJA ASPIRACIÓN CUMPLIDA
19 al 28 de Febrero de 2016
LUNES 22 DE FEBRERO DE 2016: MIRADORES DE DARWIN Y LA DESOLADA COSTA SANTACRUCEÑA
La noche fue apacible hasta la madrugada cuando se levantó un viento muy fuerte que sacudió mucho las carpas; creo que todos estuvieron despiertos en esos momentos por lo que nos costó bastante despertarnos y levantar campamento. No obstante antes de las 9:00 estábamos en marcha por lo que, en teoría, deberíamos llegarnos hasta la cordillera después de recorrer toda la costa al norte de San Julián…
La falta de tiempo no fue óbice para que no dispongamos e algún ratito para recorrer los alrededores del campamento que habíamos montado sobre la base de los acantilados de pórfiro que enmarcaban el cauce del río.
El primer desafío fue llegar al Paso Marsicano, el epicentro de los Miradores de Darwin. Paso Marsicano fue el primer lugar más próximo al mar donde el río se podía vadear con los arreos de ganado.
Intentamos llegar a él siguiendo el cauce pero fue imposible ya que el río en esta zona es alcanzado por las mareas y entonces es una trampa de barro mortal aún en marea baja cuando la capa superior parece perfectamente seca, trabajo de engaño que en forma conjunta realizan el sol y el viento patagónico.
Por lo tanto buscamos las huellas que habíamos relevado en el Earth Google e intentamos llegar al Paso Marsicano a través de la estancia Cerro del Paso, la cual está en una grieta serpenteante que lleva al río. Teníamos el permiso logrado desde Buenos Aires para pasar por la estancia, así que no tuvimos inconveniente alguno.
En el Paso Marsicano pudimos apreciar los Miradores de Darwin desde adentro. El poco turismo que aquí llega lo hace desde las alturas del norte y casi nadie llega al cauce del río, conformándose con el espectáculo desde arriba. Creo que hay excursiones que aprovechando la alta marea también llegan aquí por agua.
Para nuestra satisfacción ahora éramos parte del paisaje y pudimos suscribir perfectamente 176 años después, la descripción que hizo Darwin en 1840, cuando se aventuró con un bote desde Puerto Deseado hasta este lugar, corroborada por el Perito Moreno 43 años después, en 1876, en su libro "Viaje por la Patagonia Austral":
"El paisaje no presenta sino soledad y desolación; no se distingue allí un solo arbusto y, a excepción, quizás, de algún guanaco, que parece montar la guardia, centinela, vigilante, sobre la cumbre de alguna colina, apenas se ve un solo animal."
"Y sin embargo, se experimenta algo como un sentimiento de vivísimo placer, sin que pueda definirse bien, cuando se cruzan esas llanuras en las que ni un solo objeto atrae nuestras miradas. Nos preguntamos desde cuando existe la llanura en ese estado y cuanto tiempo durará aún esa desolación."
"El punto en que habíamos establecido nuestro vivac estaba rodeado por elevadas barrancas e inmensas rocas de pórfiro. No creo haber visto un sitio que pareciera más aislado del resto del mundo, que esta grieta de rocas, en medio de aquella inmensa llanura."
En el Paso Marsicano todavía se pueden apreciar los restos de una especie de muelle (o puente) y subsisten dos construcciones que conformaban el Boliche del Paso, indudablemente un punto de detención y aprovisionamiento de las caravanas y arreos que cruzaban el río. En realidad en este sitio es donde “termina” el río y empieza la ría. Viendo el “zanjón central” se puede apreciar muy bien la amplitud de las mareas que alcanzan hasta seis metros de desnivel.
Conformes con el logro de llegar aquí, desechamos seguir investigando aunque la zona da para hacerlo en detalle por la multitud de cuevas y acantilados que se suceden. Algo hay que dejar para otra vez..
Salimos a la RP85 disparados hacia el mar con el objetivo de poder visualizar en vivo algunos de los buques hundidos y los remotos faros que Earth Google nos vislumbró. Las rutas aquí están invadidas de tranqueras que hay que abrir y cerrar prolijamente: son las reglas.
En algún momento la RP85 se bifurcó y tomamos por la que se denomina RP64 ya que la idea era ir a investigar un barco hundido que algún sagaz viajero había descubierto en las satelitales y entonces debíamos dirigirnos a las cercanías de la Punta Norte y la Bahía Oso Marino. La RP64, una huella apenas marcada comenzó a bifurcarse sin motivo y siempre elegimos la más transitada con rumbo al barco hundido. La cuestión que con esa “ruta” aparecimos en el casco de la estancia El Negro y lo atravesamos lentamente pero sin detenernos ya que pensamos que no era necesario por transitar una ruta provincial. Veníamos con algo de atraso y parar a conversar podía tomar bastante tiempo aunque siempre sea agradable hacerlo.
Seguimos de largo por otra huella que nos llevaba derecho al barco hundido cuando el último de la caravana, el Tape, me avisa que una chata de la estancia nos perseguía y que la señora que conducía estaba hecha una furia. Inmediatamente detuvimos la marcha y me volví a ver qué pasaba. Efectivamente la señora estaba muy enojada porque habíamos pasado por el patio de su casa y no habíamos parado a saludar o a pedir permiso; para colmo la huella que iba al barco no era pública sino que era de su propiedad.
La señora Jenkins, de ella se trataba, no paraba de decir que éramos unos irrespetuosos, que después hablaban mal de los lugareños porque no dan permiso y retacean el acceso cuando los visitantes son los que generan esa actitud, etc., etc..
La verdad que la señora tenía razón y seguramente de haber parado aunque sea a saludar nos habría tratado con la amabilidad de siempre, así que le ofrecimos las disculpas del caso de la mejor manera posible explicando nuestra confusión respecto a que creíamos que estábamos sobre un camino público y que por eso no paramos. Al final cuando empecé a nombrarle algunos contactos que tenía de la zona, se calmó, nos entendió y después de un rato, nos indicó por donde llegar al barco hundido, el Walda II, que no era por donde nos habíamos metido y también nos dijo que un poco más adelante había otro directamente varado en la playa, el Ingrid, sobre la huella que lleva a Punta Norte y a Bahía Oso Marino. También nos dijo que deberíamos retroceder por la misma huella para volver ya que no se podía seguir hacia el sur por allí.
Conclusión: por más apurado que uno esté siempre conviene detenerse aunque unos minutos si uno pasa cerca de un puesto o casco habitado. No sólo se ahorran problemas sino que hasta en una de esas se consigue algún dato de interés.
Liberados del mal momento seguimos rumbo a la costa y no tardó en aparecer el maravilloso azul del Mar Argentino y poco después el casco del barco hundido, con su llamativo color óxido, emergió ante nuestros ojos. Según nos contó la señora Jenkins, no fue un naufragio por accidente, sino que fue hundido deliberadamente para crear un lugar donde se acumulen corales con propósitos de buceo seguramente. Se debería tratar de un buque factoría o algo así ya que la playa estaba plagada de pedazos de aislamiento que se deben estar desprendiendo de sus bodegas antaño refrigeradas.
Seguimos rumbo a Punta Norte atentos al segundo barco hundido, que no sabíamos con precisión dónde estaba. Desde un angosto cañadón alcanzamos a ver sus mástiles y bajamos a verlo. Se trata del Ingrid, el cual era más chico que el anterior pero en este caso parecía que recaló por algún motivo en una pequeña caleta y nunca más lo pudieron sacar. Llama la atención lo avanzado de su oxidación en contraste con los equipos de radar y comunicaciones en sus mástiles que parecían recién instalados. No debe hacer muchos años que está encallado allí ya que otros elementos como sogas y redes están relativamente poco envejecidos y dañados. Seguramente con baja marea sea posible acceder a él pero no fue nuestro caso: sólo pudimos sacarle lindas fotos.
Seguimos rumbo a Bahía Oso Marino, donde encontramos una caseta de pescadores deshabitada y dado que era hora propicia para comer algo, la intrusamos para guarecernos del viento y nos apiñamos en su interior para compartir un frugal almuerzo.
Dejamos todo como estaba, limpiamos y nos llevamos la basura como es habitual y terminamos de recorrer la bahía hasta donde el terreno lo permite. Luego por otras huellas internas volvimos a la estancia El Negro y esta vez pasamos a agradecerle a la señora Jenkins la amabilidad de habernos permitido entrar pese a nuestro desplante inicial. Quedo satisfecha de nuestra actitud y creo que reparamos el error.
Ahora tomamos rumbo sur por la vieja RP83 la que en muchos tramos va muy cerquita del mar: es el reino de la desolación, más siendo un lunes donde ni siquiera había pescadores ocasionales de fin de semana. La idea era apurar un poco el paso conociendo la enigmática Bahía Laura a la pasada y tratar de por lo menos ir a dormir a Gobernador Gregores después de reabastecer en San Julián.
Pasamos por el acceso a Punta Buque, que me hubiera gustado conocer para ver en vivo su caprichosa forma, donde hay una estancia que parece en actividad. Otra vez será.
Al cabo de unos veinte kilómetros, en el medio de la nada, yo que venía adelante veo venir alguien caminando por la huella: no tenía caballo ni se veía puesto alguno en las cercanías, ni siquiera en los mapas del GPS que tan bien había detallado Eduardo.
Paré con cierto temor porque no me cerraba la situación pero rápidamente comprendí que no tenía fundamento, solamente eran sensaciones de habitantes del conurbano mal acostumbrados.
El señor era un hombre joven, extremadamente cansado, que nos contó que la noche anterior estaba pescando en Bahía Laura (a unos veinticinco kilómetros de allí) y los había pescado el mismo ventarrón que a nosotros con la diferencia que se les había volado la carpa al mar… con las llaves del auto adentro !!!
Hacía más de doce horas que venía caminando buscando a alguien que lo ayude junto con su padre, que chiquitito apareció en el horizonte, obviamente sin éxito. Al ofrecerle agua, nunca vi a alguien bajarse una botella completa con la velocidad que lo hizo este pobre cristiano.
Como no podía ser de otro modo, nos organizamos para que dos chatas retrocedan con ellos hasta donde pudieran obtener ayuda. Los dos Hugos, que venían solos, los acomodaron en sus chatas y los llevaron hacia el norte; por suerte en la estancia de Punta Buque, había gente y arriba de un molino había señal de celular así que los dejamos en buenas manos.
Para no quedarnos esperando en el medio de la nada los demás seguimos hacia Bahía Laura y quedamos en volver a juntarnos en el Faro de Cabo Guardián, en el extremo norte de la bahía.
Pasamos frente a la estancia Bahía Laura, importante pero actualmente desierta (no abandonada). Ya nos habían dicho eso nuestros pescadores perdidos ya que acudieron allí sin éxito.
El camino al faro bordea un gigantesco “médano” de cantos rodados que daba la idea que nos separaba muy poco del cercano mar y de la bahía en sí. Como andábamos con tiempo se nos ocurrió trepar al “médano” para ver el mar. No resultó muy sencillo subir pero lo hicimos y grande fue la sorpresa que pudimos ver el mar, pero un mar de cantos rodados y ni noticias de la costa. Desde ahí arriba se veía el faro y no tuvimos mejor idea que apuntarle derecho navegando ese océano de guijarros sueltos. Las chatas a fondo tratando de no encajarse lo que hubiera sido un enorme dolor de cabeza ya que no imagino como hubiéramos rescatado una chata varada en el mar de piedras sin nada firme alrededor. Dios sabrá porque hacemos estas cosas…
Pese a todo llegamos al faro Guardián con la sorpresa de encontrarlo rodeado de un nutrida colonia de pingüinos que parecen estar esperando el inminente derrumbe. La estructura del faro está en un estado calamitoso y es casi inexplicable que se halle en pie estando expuesta a los hirientes vientos patagónicos. Obviamente está fuera de servicio hace mucho tiempo.
Buscamos dónde estaría el auto de los pescadores perdidos y lo ubicamos en una isla frente al faro: naturalmente habían accedido con la marea baja, como estaba ahora, por lo que Elsa y Eduardo se cruzaron para ver que onda. Efectivamente encontraron el auto, un Volkswagen Fox y dos pescadores más que acompañaban a los dueños del auto y que se quedaron a esperar, pescando…
Mientras tanto, los Hugos se reintegraron al grupo y partimos rumbo a San Julián, que con suerte sería nuestro destino del día, exactamente del otro lado de la provincia donde hubiéramos querido llegar.
Desandamos el camino del faro, volvimos a pasar por la estancia Bahía Laura y seguimos con rumbo sur alejándonos del mar. Hicimos un breve desvió para conocer el minúsculo poblado pesquero de Bahía Laura sobre el lado sur de la bahía, donde el faro Campana nos mostró el futuro cercano del faro Guardián: arrodillado en el suelo con sus hierros retorcidos rendido a los vientos patagónicos y al abandono.
El largo enlace a San Julián va enhebrando estancias discurriendo entre cañadones donde los cascos se protegen del viento hasta que al atardecer llegamos a la RN03 a la altura del arroyo Salado apenas a 60 kilómetros de San Julián, convertido en la meta del día, doscientos cincuenta kilómetros más atrás de lo previsto.
En San Julián nos alojamos en unas cabañas donde nos pudimos apilar todos y fuimos a cenar a un restaurante de la costanera. Por suerte desde allí pudimos hacer contacto con Guillermo Loza que ya estaba en La Oriental esperándonos a unos 500 kilómetros de distancia. Acordamos que él se arrime a la estancia Sierra Andia para intentar llegar al lago Guitarra a la pasada de nuestro derrotero a La Oriental; si salía bien recuperábamos el retraso y nos poníamos al día con lo programado.
Así terminó este largo día de paseo marítimo por la costa santacruceña.