SECRETOS DE LA REMOTA MESETA DEL CANQUEL
Sábado 13 de Agosto de 2016
EL DÍA QUE DESCUBRIMOS LA ENIGMÁTICA CASA DE PIEDRA
ESTANCIA LA CASCADA - SUBIDA A LA MESETA DE CANQUEL - PUESTO MACUCO - PUESTO BARRAGÁN - POZO BARRAGAN - LA CASA DE PIEDRA - CUESTA DE BADOSKI EN BAJADA - ESTANCIA TRES MANANTIALES - FRUSTRADO INTENTO HACIA ESTANCIA LA ESPERANZA - NOCHE EN TRES MANANTIALES
Por la mañana nos dimos cuenta en el increíble lugar donde habíamos recalado. La estancia La Cascada está recostada sobre unos de los tantos “fiordos secos" del oeste de la meseta del Canquel, pero está regada por una abundante vertiente convertida en un apreciable arroyito de agua fresca. Como es natural, donde hay agua hay vida, por lo que posee una abundante arboleda que contrasta con el paisaje pétreo de los bordes de la meseta. Si bien la época invernal no deja ver del todo el verde, se intuye claramente lo hermoso que debe ser el lugar en primavera y verano.
Cuando hablamos de territorio boer, lo hacemos porque toda esta zona fue colonizada a principios del siglo pasado por inmigrantes campesinos sudafricanos generalmente descendientes de holandeses que llegaron a Ciudad del Cabo en el siglo XVII. Campesino, en Neerlandés, se denomina Boer y de allí toma su nombre esta interesante corriente migratoria. Don "Buty" Myburgh pertenece a una de esas familias boer que a principios de siglo se aventuraron en el centro sur de Chubut y se establecieron en la zona con emprendimientos ganaderos.
La familia Myburgh es propietaria de varias estancias en la zona y gracias a ellos teníamos permiso para recorrer estos recónditos parajes chubutenses
Algo de historia para quien tenga interés en el tema:
https://es.wikipedia.org/wiki/Inmigraci%C3%B3n_b%C3%B3er_en_Argentina
http://www.elchenque.com.ar/his/temrel/13/diaboers.htm
https://www.msn.com/es-ar/noticias/argentina/la-historia-de-los-gauchos-sudafricanos-de-la-patagonia/ar-AAAQJD8
Desde el casco de la estancia La Cascada una empinada y serpenteante huella que copia el cauce de la vertiente nos deposita en lo alto de la desolada meseta. Nos toca un día soleado pese a que el pronóstico indicaba nevadas, lo cual consideramos que era un guiño del destino para logar los objetivos.
La comparación con Somuncurá es inmediata: el paisaje es muy similar y la huella que recorremos también es una buena copia y al igual que en la madre de las mesetas sureñas, no es posible circular mucho trecho fuera de ellas debido a que todo está tapizado de piedras.
Realmente al ver el paisaje, celebramos tener el dato preciso de donde creíamos estaba el Puesto Pepino ya que nos hubiera sido muy difícil buscarlo recorriendo a tientas la meseta fuera de las pocas huellas que la recorren. Mas que muy difícil, diría que hubiera sido imposible...
A poco de andar vemos el primero de los cráteres de impacto que los meteoritos tallaron en esta remota meseta, el cual está en el borde mismo, es decir que quien lo tiró casi le erró al blanco, si es que le le apuntaba al enorme plato de Canquel.
Un poco más al sur atravesamos el Puesto Macuco, perteneciente a la Estancia La Cascada, donde pudimos apreciar gran cantidad de ovinos, la principal actividad del establecimiento.
Pasamos al costado de dos lugares donde a través de las fotos satelitales habíamos visto “construcciones sospechosas” cuando hurgábamos la meseta buscando a Pepino pero no eran más que dos grandes piedras.
Después de un par de tortuosas horas, el Pozo Barragán apareció ante nosotros. Pozo es un nombre que le queda chico ya que es una gigantesca depresión muy abrupta que no la consideramos atribuible a meteoritos ya que su tamaño y profundidad es enorme y por otra parte no presenta sus bordes redondeados como se caracterizan los cráteres de impacto. La meseta de Canquel es de origen volcánico y bien pudo haber sido la boca de una extinta caldera.
Una huella empinada nos induce a descender en busca del Puesto Barragán, el cual se encuentra “colgado” a media altura del gigantesco cuenco. Nuestro plan de bajar hasta el fondo del pozo para acercarnos al Puesto Pepino con las chatas naufragó tan pronto pudimos apreciar las pendientes y las piedras de sus laderas. Íbamos a tener que caminar los 2.5 kilómetros si queríamos “descubrirlo”; el clima se había asociado porque si bien se había nublado, la nevada anunciada no era tan inminente.
Dejamos las chatas en el puesto y nos largamos a caminar con ansiedad: algunos por arriba manteniendo el nivel, otros por abajo copiando el track imaginado para las chatas. Al rato éramos tres o cuatro grupos dispersos disputando el privilegio de ser los primeros en llegar al Puesto Pepino. Darío, desesperado por cumplir su sueño se fue solo en línea recta transitando un campo minado de piedras.
La expectativa era muy grande y el objetivo se hizo desear porque prácticamente no era posible verlo hasta no estar casi encima por lo que los 2.5 kilómetros se hicieron eternos. Pero finalmente ante nuestros atónitos ojos, apareció el famoso Puesto Pepino y su insólita construcción de piedra en forma de cúpula esférica. Habíamos encontrado la quimera que habíamos venido a buscar y la historia de Pepino se nos hizo real y salvando las distancias, habíamos descubierto nuestro propio Machu Pichu.
El lugar no podía estar mejor elegido: un pequeño recodo dentro del pozo al reparo de los fuertes vientos y con una vertiente que proveía el agua vital para sobrevivir allí. No obstante, lo que llama la atención es que justamente no es una zona con muchas piedras, así que además de la increíble construcción completamente fuera de contexto cuesta imaginar de dónde sacó el material el bueno de Pepino.
Son tres construcciones diferentes: la principal tiene un recinto con cúpula esférica y se conecta con una sala contigua rectangular que debía tener algún otro tipo de techo, una rectangular que pareciera haber tenido dos pisos o por lo menos un piso y un sótano para guardar provisiones frescas y una tercera redonda que podría haber tenido también una cúpula esférica como techo a juzgar por el apilado de las piedras.
Ni un gramo de argamasa une las piedras que conforman las paredes de hasta un metro de espesor: solamente están apiladas tan prolijamente que ni una se mueve aún después de seguramente 100 años.
Muchas veces hemos ido en busca de algún objetivo pero me atrevo a decir que esta fue la vez que más fuimos tocados emocionalmente posiblemente por el misterio y por la magia que nos habían invadido después de la lectura de la increíble y triste historia de Pepino y su mentor italiano.
Ni hablar de mi copiloto Darío Granato, que pese a ser grandote, no cabía dentro de sí: él había soñado este momento desde hace muchos años y lograrlo lo había conmovido profundamente.
Nos quedamos en el lugar un largo rato tratando de imaginar cómo habrá sido llegar solo a este lugar un siglo atrás munido solamente de unas pocas herramientas y de los recuerdos del castillo que el italiano le había contado quería construir y que por supuesto Pepino no había visto en su vida. ¿Cómo no conmoverse?
Cumplido el objetivo y plenos de satisfacción como pocas veces, volvimos a las chatas caminando lentamente planeando los nuevos pasos. Para empezar, decidimos almorzar en el Puesto Barragán y durante el almuerzo nos pareció buena idea bajar de la Meseta de Canquel por el sur, por la Cuesta de Badosky (recuerda a quien la talló a pico y pala) y en lo posible ir a acampar a la Estancia La Esperanza, donde estaba el otro acceso sur a la meseta que nos llevaría a nuestro trébol de cráteres de impacto.
El clima empezó a ser el previsto: unas gruesas nueves negras en el horizonte confirmaban que la nevada era posible aunque no era inminente.
La huella bordeó completamente por el sudoeste el Pozo Barragán y luego bajamos la empinada Cuesta de Badosky, donde nos preguntamos si sería posible subirla de regreso si llegaba a llover mucho o se cubría de nieve porque curiosamente su piso era de tierra suelta.
Una vez abajo, entramos a pedir información en la Estancia Tres Manantiales (también perteneciente a la familia Myburgh) pero no encontramos a nadie que supiese el estado de la huella a La Esperanza, lo cual no era buen indicio puesto que si ellos no sabían nada del vecino…
Recuerdo que uno de los peones nos hizo pasar a tomar mate a su rancho, que con una cocina económica a full parecía que estábamos dentro de una caldera, y que mantuvimos una interesante charla pero no pudimos obtener un solo dato de los que nos interesaban. Los dueños, que habían salido de recorrida por el campo, eran los únicos que podían ayudar pero no regresarían hasta el atardecer.
Como aún era temprano, decidimos confiar en nuestros tracks teóricos y movimos hacia el este. La huella al principio era clara y transitada pero a poco de andar viró al sur inesperadamente. Mirando bien resulta que era una bifurcación y nuestra huella seguía pero muy desdibujada, atravesando una tranquera sin candado. Obviamente seguimos por ahí.
Avanzábamos muy lentamente mientras el cielo se ponía cada vez más negro y los kilómetros se hacían de goma. Cuando no faltaba mucho para torcer hacia el norte y dirigirnos a La Esperanza, un tenso alambrado sin tranquera nos detuvo: este era el motivo del camino desdibujado: nadie lo utiliza hace mucho tiempo. Con el antecedente de lo ocurrido en Los Altares no nos animamos a pasar igual como otras veces, ya que no teníamos ningún salvoconducto por si acaso.
Con la nevada inminente decidimos volver a Tres Manantiales donde seguramente al menos tendríamos algo de reparo y con suerte podríamos dormir en algún galpón como la noche anterior.
Llegamos a la estancia casi de noche con un frío de la ostia y lluvia inminente. Por suerte ahora encontramos a Brian, hijo de uno de los dueños; a su vez, para nuestra suerte Brian era ahijado de nuestro conocido Buty, así que tan pronto lo pusimos en autos de nuestras andanzas por Canquel, apenas le pedimos permiso para acampar nos ofreció uno de los galpones para alojarnos, cosa que aceptamos al toque.
Como pudimos acomodamos las carpas adentro del galpón mientras comenzó a llover copiosamente. En una esquina del galpón había un hogar fogón así que aprovechamos para prender fuego para calentarnos y de paso cocinar no me acuerdo qué al disco (tal vez eran lentejas o tal vez fideos con tuco), eso sí, regados por buenos vinos.
En la sobremesa por supuesto el tema siguió siendo Pepino a tal punto que surgió la necesidad de releer en voz alta el artículo que había dado lugar a nuestra expedición para recordar los detalles: fue un emotivo momento, casi religioso, donde reinaba silencio absoluto mientras Pablo leía la historia completa para todos. Afuera seguí lloviendo y nos acostamos pensando como sería subir la Cuesta de Badosky con barro. Pero eso sería mañana.