Próximo destino es FORTÍN LOBOS, en la laguna de Lobos, la cual no es accesible en forma directa siguiendo las vías con vehículos de cuatro ruedas, ya que los arroyos Salgado y Las Garzas, sólo tienen puentes ferroviarios. Tenemos que ir por la RN 205 hasta la entrada a la laguna de Lobos, por el asfalto.
Al llegar a la entrada al pueblo-balneario, justo al cruzar las vías, resulta que hay que pagar por usar las instalaciones de la laguna, pero en la entrada al pueblo.
La estación, apeadero mejor dicho, estaba tres o cuatro cuadras a la izquierda siguiendo una calle de tierra recostada sobre las vías, sin entrar al pueblo, así que hice punta y me dirigí raudo hacia ella. Por la radio me avisan que los controladores municipales me estaban tomando la patente y multarme por entrar en contramano en esa calle de tierra (¿?). La verdad que no vi el cartel y además un minuto antes un auto se había mandado delante de mí sin problemas a la vista y nunca me imaginé estar contramano en una calle de tierra sin tránsito. Claro, la hicieron contramano para que tengas que pagar si o si el acceso, aunque en realidad no accedas.
Por suerte, los buenos oficios de Gustavo y Rosalía consiguieron que me borren de sus registros pagando los 4$ del peaje por cuenta mía, explicando que sólo queríamos ver la estación. Zafé, espero.
Bueno la verdad que el apeadero Km 112,5 ahora denominado FORTÍN LOBOS, no vale ni los 4$ del peaje, así que sacamos las fotos testimoniales y nos fuimos con rumbo a SALVADOR MARÍA, la próxima de la serie.
Lo interesante de este tramo de vías es que, dado que circulan algunos trenes ocasionalmente, no tiene vegetación sobre los durmientes y se ve que es muy usado por los ciclistas, como una especie de ciclovía rural muy pintoresca. Parece un paseo muy bonito para hacer en bicicleta desde Cañuelas o Uribelarrea.
El asfalto llega hasta SALVADOR MARÍA, donde la estación está habitada aunque no encontramos a nadie visible. Bastante entera, tiene sus nomencladores y muchos de los accesorios ferroviarios típicos: bebedero, colgador de lámpara de kerosene, cambios de vías, galpones, etc.
El nombre recuerda a Salvador María del Carril (1798 – 1883), natural de San Juan. En Córdoba se graduó de doctor en jurisprudencia, fue legislador en su provincia y ministro durante la administración de Rivadavia en Buenos Aires. En 1853 figuró como constituyente, año en fue elegido vicepresidente de la Confederación. También fue presidente de la Corte Suprema de Justicia.
En el prolijo pueblo había una carrera de bicicletas en la que nos mezclamos cuando arrimamos a una panadería para conseguir algo para comer, antes de encarar para el lado de ROQUE PÉREZ.
Igualmente, antes se nos cruzaron, o mejor dicho cruzamos, un par de puentes muy interesantes: el ferroviario y el caminero sobre el río Salado que parecían Goliath y David. El ferroviario, un impresionante y gigantesco puente de perfiles de acero gigantescos remachados en caliente y el caminero, una angosta y aparentemente débil pasarela de madera, que parecía más un muelle que un puente, donde hay que pensar dos veces antes de cruzar.
Cruzamos de a uno por la pasarela, musicalizados por el tableteo de las maderas que te acompaña en el cruce, haciéndolo más emocionante. Desde arriba no impresiona tanto, pero desde afuera si. Es muy lindo para las fotos. Había bastante gente pescando.
Está bastante cerca de ROQUE PÉREZ, adonde llegamos enseguida, estacionando el Expreso Suzuki al lado de uno de los nomencladores, en el medio del cuidado parque en que transformaron el predio de la estación.
El nombre del pueblo y la estación rememoran al Dr. Roque Pérez (1815 – 1871), el cual en su juventud sufrió persecuciones durante la tiranía. Luego fue nombrado oficial del ministerio de Relaciones Exteriores, siendo comisionado para redactar el Código de Procedimientos Civil, Criminal y de Comercio. Después de Caseros, fue catedrático, miembro del consejo de Instrucción Pública, Director del Banco y Casa de Moneda, Diplomático ante el gobierno del Paraguay y presidente de la Municipalidad de Buenos Aires. Falleció víctima de la epidemia de fiebre amarilla, el 26 de marzo de 1871.
La verdad es que está todo impecable: pasto cortadito, canteros llenos de flores, veredas, elementos ferroviarios incorporados como ornamentos, iluminación, cestos de basura, etc. Lo único que a mi gusto es discordante son los estridentes colores con que pintaron los edificios, que me suenan a “pintura regalada”; no obstante están pintados muy prolijos y es sólo una cuestión de gustos.