El Viernes Santo amaneció lloviznando en nuestro campamento; mejor dicho apenas lloviznaba al levantarnos y desayunar pero luego arreció justo al desarmar las carpas. Mal no vino porque así apuramos el trámite y retomamos nuestro loco derrotero ferroviario.
Pasamos por la estación ARTURO VATTEONE (#15) pero su morador aún no estaba. Le dejamos una esquela en la puerta, agradeciendo el permiso que no pudimos pedirle y seguimos viaje. Adónde? A la próxima, por supuesto.
La próxima era TRES LAGUNAS (#16), hasta este entonces siempre había sido para mí un cartelito en el "Camino del Hilo" y nada más. En realidad no es mucho más: la estación prácticamente abandonada, una escuela y una casa con una mujer y sus hijos.
Como vimos actividad en la casa, paramos a pedir permiso para entrar a la estación. Nos atendió una amable mujer, que nos contó que siempre vivió allí, que fue empleada del ferrocarril trabajando en la estación. Con muchas ganas de conversar, Doña xxxx (no puedo recordar su nombre...) , nos contó que en la estación vive una persona pero que mucho no la cuida, que ella alquila a Ferro Expreso Pampeano los terrenos de las vías hasta Vatteone para que pasten sus animales, que una vez tuvo que impedir que se lleven a una virgencita que está en el andén, que vive con sus hijos y que nunca se iría de allí. No paraba de hablar, como s necesite contar sus historias. Un libro abierto acerca de Tres Lagunas, que supuestamente tomó su nombre debido a la cercanía de tres grandes lagunas: Guaminí, Venado y Epecuén.
Por supuesto fuimos a visitar la estación, tomamos las fotos y seguimos camino a la siguiente, para nosotros la punta de rieles de la primera parte del recorrido, RIVERA (#17).
Por buena parte del recorrido seguimos una huella paralela al terraplén ferroviario, muy entretenida, ya que al ser terreno colinoso, la traza va describiendo grandes curvas. Un alambrado tenso no impidió continuar por ahí y volvimos fugazmente al asfalto para ingresar a la ciudad de RIVERA por su acceso principal, muy bien cuidado.
Enseguida ubicamos la estación y pudimos comprobar que se trató de un nudo ferroviario de importancia por la cantidad de ramales que convergen: desde aquí salen diferentes caminos de acero hacia Darragueira, General Pico, Macachín, Salliqueló y Carhué; sólo este último está abandonado, el resto sobrevive con trenes de carga. Todavía mantiene alguna relevancia ya que se nota que hay bastante actividad.
En el andén encontramos estacionado un equipo para fumigar las vías con herbicida, del estilo al que Coco se armó para su zorra, aunque más tecnificado.
Habíamos completado el ramal Bolívar – Rivera en su totalidad, llegando al punto más alejado del viaje; a partir de ahora empezábamos a volver.
Siguiendo nuestro criterio de ir saltando entre ramales, todavía sin cambiar de prestador, (FCS), tomamos el ramal hacia el norte que pasa por SALLIQUELÓ, internándonos en una zona de médanos, la mayoría cultivados con soja o maíz.
Zona de raíces bien indígenas a juzgar por los nombres de las estaciones que recorreríamos y de suelo muy flojo compuesto por inmensos arenales que por comodidad nos indujo a andar un poco en doble tracción.
Así llegamos a YUTUYACO (#18), una estación escondida en un monte con tranqueras y portones cerrados. La voz indígena YUTUYACO significa "aguada de la perdiz". Aquí vive la familia de la señora que encontramos en CARHUÉ, pero en ese momento no había nadie. Me conformé con tomar algunas fotos entrando por las vías, que están en uso.
El olfato confluenciero me puso en evidencia que estábamos a unos pocos kilómetros de una, así que no pude con el genio y entonces fuimos a buscar a la remota confluencia 37°S 63°O, ubicada 800 metros dentro de un campo recién cosechado pero repleto de abrojos. Coco no me quiso acompañar y se quedo preparando el mate y modulándome por la radio. Yo me fui caminando paralelo a un alambrado por un cuadro juntando abrojos a lo tonto, casi al final me dí cuenta que tenía que cruzarlo y no saben lo que fue cruzar el enorme cerco de abrojos. Todavía me los estoy sacando…
El relato oficial de la captura, AQUÍ
La #111 de mi cosecha ya estaba en el bolsillo, así que volvimos a las vías, ahora rumbo a otra estación de otro poblado con nombre indígena: LEUBUCÓ (#19).
Siempre me sonó como un paraje de la zona de los ranqueles, pero concretamente está también en la provincia de Bs. As. El nombre es el topónimo de "agua que corre", aunque aquí es difícil imaginar esa situación.
Todo el pueblo está muy prolijito y también la estación, habitada por un matrimonio cuya señora es la hija del quien fue el último Jefe de la misma. Se nota claramente el sentido de pertenencia que eso genera por el cariño con que hablan de su estación y de los cuidados que pese a su indisimulada humildad le dispensan, como mantenerla limpia y ordenada así como el proyecto a medias de repintarla.
Nos gustó LEUBUCÓ, está en buenas manos.
Nos faltaba la última estación que visitaríamos de este ramal “indígena”: SALLIQUELÓ (#20), la que pronto descubrimos al acercarnos a la ciudad por un ancho camino de ripio paralelo a las vías. Este extraño nombre significa "flor de médano" en lengua originaria.
Muy bonita la ciudad, donde aprovechamos a reponer combustible y muy simpática la estación con su arbolado andén para pasajeros, por supuesto en desuso. La estación está convertida en un museo y está muy bien cuidada. Parece haber actividad de trenes cerealeros.
En SALLIQUELÓ encontramos otra muestra del famoso arquitecto Salamone: el típico matadero que se repite en otros pueblos de la zona,